sábado, 16 de febrero de 2008

Los puentes rotos

Artículo de Eulogio Carretero

Una excelente novela del manchego Pedro A. González Moreno (Calzada de Calatrava, 1960), ganadora del IX Premio Río Manzanares. Una novela notablemente elaborada, con un estudio bien definido de sus personajes, que arranca con una excelente presentación, tanto de escenografía como de puesta en marcha de sus protagonistas.
Podríamos empezar diciendo, sobre la original estructura de esta novela, que los seis primeros capítulos están dedicados a la presentación por orden y primacía de sus personajes. En el primer capítulo, el narrador (a través de un monólogo) nos presenta la figura de Pablo como principal protagonista de su historia, acercándonos y descubriéndonos el mundo de la ciudad –en este caso Madrid–. Un Madrid madrugador que despierta a la rutina. Un Madrid de mendigos, de rateros, de trabajadores supervivientes y conformistas cuya única lucha es llegar a fin de mes: “Gentes que no son de aquí y que tal vez no serán nunca de ninguna parte: hombres y mujeres que tuvieron algún día una infancia feliz de la que no se acuerdan o que prefieren no recordar”.El autor nos perfila una serie de circunstancias y personajes cotidianos de la ciudad, que van a ser los protagonistas del relato (“héroes de qué historia sin héroes”) y nos muestra la condición de Pablo, un profesor de colegio, comprometido por sus ideas y enfrentado a una sociedad sumisa y conformista.
El otro personaje, eje secundario de esta novela, está representado por la figura de Alberto, (presentado en el cap. 2). Éste cohabita en el mismo apartamento de Pablo, son dos viejos amigos de sus años de estudiantes, aunque hoy dicha amistad y dicha convivencia, más que unirles, les separan.La obsesión o pesadilla que caracteriza a Alberto y lo persigue a lo largo de la novela es siempre esa mudanza o esa huida de un lado a otro, de una convivencia a otra, y que viene siempre precedida de aquellos ruidos en los que “se mezclaban un resonar de cascos y un traqueteo de muebles y cacharros de porcelana”, una mudanza que, sobre un carro, sufrió durante su infancia. Alberto, además, es un hombre separado, tiene un hijo, y es bebedor de whisky y lector de novelas policíacas. A consecuencia de todo ello, su jefe le ha aconsejado ir a visitar a un psicoanalista (Mercedes).
El tercer capítulo de la novela está dedicado a la presentación de su tercer protagonista, Anselmo del Álamo, un profesor de Literatura “agazapado detrás de sus gafas y como rodeado de un velo de musas”. Un poeta que acude a las tertulias en el Café Comercial y vive encerrado en un mundo ficticio. Un personaje curioso, bien definido y caracterizado, y en torno al cual giran otros personajes o poetastros de su misma condición. La novela está estructurada, por tanto, sobre tres protagonistas principales, tres ejes básicos, tres escenarios o mundos diferentes (A,B,C). Y en torno a los cuales giran una serie de personajes, representativos cada cual de los ámbitos a los que pertenecen. La trama y la vertebración de la novela está sustentada sobre el personaje de Pablo (o eje A), que tiene relación con el eje B (Alberto), pero no tienen ninguna relación B con C (Anselmo) a excepción de ese pequeño punto (Angelines), que conecta de forma esporádica con estos tres ejes, aunque no así con los tres escenarios.
De dos en dos
Los capítulos –un total de 47– se agrupan y se van sucediendo prácticamente de dos en dos. De esta manera se va interrumpiendo la acción, que encontrará su continuidad en los capítulos siguientes, haciendo avanzar así, con un ritmo entrecortado, la peripecia argumental de cada uno de sus personajes. Y así vamos pasando de un escenario a otro, como de un personaje a otro y de un capítulo a otro, en una singular técnica de trenzado narrativo.
Como he expuesto anteriormente, aparte de estos tres ejes principales en la novela se pueden apreciar o distinguir otros tres mundos o escenarios diferentes: el mundo rural (representado por Pablo, Carmen, Juan y Laura), el mundo urbano, (albergado por Pablo, Alberto, Mercedes, Angelines), y ese otro mundo ficticio (el ámbito de los poetas o de Anselmo del Álamo). Escenarios éstos enriquecedoramente tratados y conseguidos. Con lo cual en la novela todos estos ejes o mundos de los personajes, vienen a entrelazarse como los capítulos del libro, en una mecánica de trenzado, de dos en dos. A veces, sin embargo, sucede que los capítulos que pertenecen al eje A (Pablo), no pertenecen al escenario A, sino al escenario B… (por ser un personaje que está inmerso en ambos escenarios). Una novela aparentemente sencilla en su elaboración y en las relaciones entre sus personajes, pero un tanto original y calculada en su estructuración técnica. Tres personajes, tres ejes, tres mundos, –y en torno a los que giran otros tantos submundos, otras tantas subvidas y otros tantos “supervivientes”–. Esta es la técnica que se ha utilizado para la construcción de la novela. Todo casual, estratégica o matemáticamente entretejido y ensamblado. Prácticamente se trata de la misma técnica artesanal de trenzado que Juan venía a utilizar en la confección de sus cuerdas: Cogía y presentaba seis cabos, los anudaba, metía entremedias los dedos y los separaba (de dos en dos) en tres extremos (tres ámbitos); y sumergido en el desván de su casa, en la soledad y en el abandono, pasando los dedos de un lado a otro y cambiando sus cabos, los iba entrecruzando y entretejiendo, de dos en dos, de dos en dos…
Analizada la fórmula y expuestas las figuras en sus ámbitos respectivos, el siguiente paso a seguir o los siguientes tres capítulos a reseñar, están dedicados a la presentación del otro escenario, el mundo rural y sus protagonistas (no menos significativos en la novela), y que representa ese otro escenario de Pablo: el mundo del pasado y de su infancia, donde se quedaron sus padres (Carmen y Juan) y su amor de juventud (Laura), encerrados entre cuatro paredes, con la esperanza sólo de que Pablo regrese un día.Los padres –y es aquí donde la trama de este relato adquiere mayor dramatismo y angustia–, van sufriendo ese desengaño de la vida, viendo cómo Pablo abandona su hacienda en el pueblo y corta con todas las ligaduras y tradiciones que lo ataban a los suyos y a sus antepasados; en un pueblo que había visto nacer a toda su estirpe, y a quienes casualmente les había sorprendido la misma muerte de golpe, en el campo o en su casa; en una casa donde hay un pozo y una higuera que ha dado la sombra y cobijado bajo sus ramas a toda su progenie.
Registro narrativo
En el apartado técnico, se puede apreciar también en esta novela el diferente registro narrativo que se utiliza en función de los personajes y que sirve para acentuar las diferencias entre ellos. Así, la escritura en los capítulos de Pablo, narrados a veces en primera persona, es más narrativa y reflexiva. Mientras que en los capítulos de Alberto, siempre narrados en tercera persona, viene a ser más dialogada y circunstancial… Los Puentes Rotos viene a novelarnos, en definitiva, las extrañas relaciones de unos personajes desarraigados y solitarios, que cortaron sus vínculos con el ámbito rural de sus orígenes y de sus antepasados, en ese éxodo hacia el mundo moderno de las grandes ciudades; personajes fracasados e insatisfechos, descontentos e inadaptados en una sociedad que ha experimentado ciertos cambios en los últimos tiempos, tanto en el medio rural, como en el medio urbano. Unos seres que prescindieron de su comunicación con el pasado y que en el presente no se encuentran realizados: “Supervivientes” y “héroes de qué historia sin historia”, que son semejantes a esos puentes rotos, aislados y sin comunicación por ninguna de sus orillas.
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Los puentes rotos
Pedro A. González Moreno
Calamur Narrativa. Madrid. 2007
18 euros

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