miércoles, 26 de enero de 2011

Nueve días de enero

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Los que van del lunes 17 al martes 25, inclusive. Comencé escuchando a Alberto Infante. Otro aquejado, según confesión, de esa enfermedad llamada vatetardismo, con la que se dispone a convivir. Leyó poemas fundamentales de su tercer libro -también Vitruvio- con voz sosegada y envolvente. Su lectura era un plus para el discurso. Poemas al hilo de las cosas: de las emociones, de las lecturas, de los paisajes… Elgarresta y Soler me acompañaron en la escucha. “Los poemas de Massachusetts”, su libro de poemas más ambicioso, y último hasta el momento, se vendió bien tras sus palabras.

Continué el martes en el Círculo de Bellas Artes. La Biblioteca de Autores Manchegos presentaba su edición facsímil de los 33 números de la revista ALBORES, un sarpullido literario, digno y católico en el Tomelloso de finales de los cuarenta. Antonio Serrano, profesor, ha sido el impulsor y comentarista y la Diputación su mecenas. José Luis Loarce al lado siempre de cuanto de bueno ocurra en Ciudad Real. Asistieron los dos últimos colaboradores vivos: Julián Creis y Emilio Ruiz Parra (que habló). La sala concurrida de manchegos y otros. Buena idea.

Al descanso de miércoles, jueves de sesión continua. Por la tarde en el Ateneo “1 de Mayo”, leía, a sala llena, María Ángeles Maeso -conocida de tiempo, poeta siempre- una selección de sus poemas. Al tanteo elíptico de sus comienzos ha ido sucediendo una atención a la rabia social de nuestros días. Por la red circula una precisa reclamación de silencios por parte de todos los precarios laborales que son y serán. Búsquenla. De su último libro “Basura Mundí” extraigo el poema que finaliza la entrada. Por la noche, en el Ateneo del XIX, presentación de la revista ÁLORA, LA BIEN CERCADA, que dirige en Álora José María Lopera y en Madrid Isabel Miguel. Presentó Carmen Feito y leyeron casi todos: no había sitio para todos los madrileños. Noté el vacío de las voces de Antolín, Antonio y Alfredo, amigos míos. También la repetición anual de Miguel Losada, de María Antonia Ortega.

Viernes en San Lorenzo del Escorial. En su Cafetín Croché, en la bodega, presentando el número que LA HOJA AZUL EN BLANCO dedica a Luis Rosales. Ana y Juanjo, espléndidos en su puesta en escena. El calor de los verboazules, infatigables y animosos. La grata acogida de la anfitriona. El café, los versos. José Luis Morales leyó su emocionada despedida a Luis Rosales. Isidro, Hortensia, Antolín (ahora sí), Fernando, Anabella (en la imagen, su voz frágil cantando la Autobiografía rosaliana) y Vicente (tardío y pronto, acosado por el vértigo de la altura). Todos. Dos canciones castellanas de Guridi, interpretadas por Encarna Martínez Oliveras, nos despidieron. En la calle vivía el frío.

Y vuelta al martes. Ahora, 25. Antonio Martínez Sarrión, algo irritado con las prebendas de los políticos, tuvo tiempo para hablar de Albacete y de haikús, convocado como estaba para presentar el libro de Valentín Carcelén “Hilo de hormigas”. Cien haikús periurbanos, perirurales, escritos con tan delicada precisión que uno puede hacerlos suyos. Haikús seducidos por una delicadísima presentación editorial a cargo de Añil Literaria. Buen poeta parece este Carcelén. Todo en la tertulia Juan Alcaide que lleva Nicolás del Hierro.

¿No es demasiado?
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El amor en tiempos del despido libre

No se miran ni son animales.
Vienen del río de la vida
y son señor y señora del agua.

Berrean saturados de antiguo testamento.
Se huelen y en la punta del alma
reconocen un sabor
que la naturaleza fabrica en serie.

Se aprietan entre sí como las flores
del efímero mes de mayo,
con la fragilidad de los sábados en guardia.

Se husmean sabiéndose marchitables.
Se horadan con el grito de los gallos
que atraviesa tumbas,
el que llega de memoria
hasta aquí mismo
y me hace cerrar los ojos.

Se lamen, no pueden pronunciar
sus nombres. Ni sonreír
ni pensar en mañana.
Que es el tuyo o el mío,
pero no el de ambos.

De ellos no salen palabras,
sino agua.
Y esos sonidos
que la naturaleza fabrica en serie.
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viernes, 21 de enero de 2011

Los "Cuadernos..." de Juan José Alcolea

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Sucede que a veces la vida golpea que yo no sé, y en tan cesarvallejo destino vivió durante unos años el poeta Juan José Alcolea. Juanjo estuvo viajando cada cierto tiempo a la quietud de su Socuéllamos infantil y juvenil a cuidar la soledad última de quien le diera vida, la que a veces golpea. La lluvia, arisca tantas veces con la tierra manchega, y la palabra eran rumor compasivo. Allí, en la desvencijado laberinto de las sensaciones, escribía y guardaba estos Cuadernos.

Tres años de afanes y visitas, tres de viña y de recuerdos, tres de tinta compañera. Tres de atisbar el perfume lejano del amor. Tres años de escribir solo, en tierra antigua. Muy cerca de una silla intocada, vacía, que espera aunque sabe que nunca volverá a ser ocupada.

En el pasado diciembre han aparecido recogidos -anudados y libres- los poemas aquellos. Han sido editados por la Diputación de Ciudad Real, prestos para ser ofrecidos. Ha querido el sino que aparezcan al mismo tiempo de "Hay un cuerpo desnudo sobre el lino", otro de sus poemarios, el que ha recibido el premio Pedro Marcelino Quintana en Arucas, Gran Canaria. Dos libros paralelos que acreditan, dos libros que permiten cotejar la velocidad con la que el poeta evoluciona hacia una poesía cada vez más esencial. Pero sin traición a las maneras con las que siempre ha ejercido. “Cuadernos de Socuéllamos” es Juan José Alcolea en primera persona.

Hay en los "Cuadernos de Socuéllamos" el temblor temeroso de lo cierto, de aquello que se sabe íntimamente verdadero y debe caminar entre la vida y sus antifaces, sin otra voluntad que la de no ser arrasado, que la de encontrar el hueco necesario para que la intimidad de lo cierto germine en nuestra conciencia. El poeta cuenta. A veces cuanto ve: el tiempo último, los penosos recuerdos, el agua fértil; a veces cuanto del rayo le emociona; a veces su discusión con una palabra que se esconde o se le ofrece.

Tiene el libro un toque de distinción: cada poema, tras su cierre, contempla el momento, a modo de contrapoema, que lo vio surgir. Sobre esta originalidad, alguien ha dicho en el prólogo “Ahí, en cada cierre, están los instantes, las provocaciones, la luz y la estación, la hora de reloj y de ternura que acompañó la estatura del poema cuando éste se levantó. Socuéllamos siempre, las uvas desventradas del otoño, la lluvia que se aferra, la parra extenuada por el patio, la infancia gateando lejana por las últimas higueras. Socuéllamos de Aurelio, hermano de la ausencia, y de la madre. Recogido Socuéllamos, que ahora es visto tras la paciencia de los cristales, ya no tan claro, tan recorrido, como aquel que le guardase sus años de albahaca. "En Socuéllamos, nueve del doce, / ha llovido / con paciente ansiedad / toda la tarde”.


El libro no está en librerías. Pero está, en la voluntad del poeta, a disposición de los amigos. Sobre todo una vez que sea presentado. Aquí se anunciará: estad atentos.

Yo quisiera haber ofrecido a los lectores el poema Llueve, que cierra el libro y del que soy devoto, pero está ya extendido por la red. Este Ahora, que le precede en el libro, capta el momento final de los desvelos.
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Ahora


Ahora,
que está en el entredicho la memoria,
que todas las hectáreas preguntan
los muertos que les caben en el pecho,
tú,
Elías Alcolea,
nacido en Socuéllamos del 15,
no sabes cuántas veces te mataron
ni cuánto azul al cielo le manchaste.

Tú, que buscas sin buscar a ningún lado
y no sabes la ciencia de tu nombre,
me miras, dices: ¡Padre!
y me derrotas
en el ayer-mañana de tu invierno.

Que está tu mano ajada por la mía,
y no quieres volver a asir la bruma
sin lázaro en su sombra que te guíe
ni piel que te adormezca en la caricia.

Las rotativas
prosiguen su labor.
Yo me pregunto:
A ti
¿quién te rescata los recuerdos?

Ya te has dormido,
me suelto, lentamente, de tu mano
y enjugo el foso abierto
de mis lágrimas.


En Socuéllamos, uno de enero de 2009,
doy por cerrada esta puerta
de voces por mi casa.
No sé si supe, padre,
borrarte algún silencio
de las manos.
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lunes, 17 de enero de 2011

Los poemas ocultos de Ana y Vicente

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La calidad y el misterio han querido unir los poemas de dos amigos en una misma plaquette, que ha llegado recién hasta mis manos. Se llaman Ana Garrido y Vicente Martín. He leído. Quiero traer aquí los dos poemas ocultos que me dedican. Que me ofrecen para que por ellos transite. He transitado. Los he descubierto cifrados en otros.

1/ Ana

No importa el nombre
que demos a las cosas:
todo tiene la forma de lo efímero.

La luz es la pregunta,
la voz su trayectoria: la mirada,
los desvanes del orden.

Lo primero es saber
que la hoguera deslumbra,
que desde
la oscuridad se hace
la luz más íntima, más alta.

Después, no importa el nombre.

Las mañanas azules
sí,
la incandescente
consumación de la memoria
en los vidrios, el miedo
a que la luz se extinga
dormida en el perfil de las manzanas.

Vivir es la pregunta, nombrar muros antiguos.
Y es inútil rendirse,
vigilar las aceras a golpes de renuncia,
regresar del exilio a las puertas cerradas.

En almendros oscuros, alguien grita mi nombre:
prefiero ese dolor
a la inocencia.



2/ Vicente

Sólo estamos tú y yo en nuestros ojos.

Sólo estamos tú y yo: en nuestros ojos
termina el universo.

Hay un sauce inclinado que nos llama.
Nuestros brazos podrían
ceñir el mundo.

Y son altas las costas y afiladas.
Quizás fuera
equivocado
quedarnos tanto tiempo.

¿Qué hemos hechos guardando tantas cosas
en un puño cerrado?

Para ti no encontré
sino verdor oculto,
un manojo de rosas repetidas,
aunque rosas.

No podremos callarnos
esta lacia desgana
de estar solos, el deseo locuaz,
inconfesable,
de acabarnos mañana.
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sábado, 15 de enero de 2011

Juana Inés, Enrique Gracia y un soneto


No debió ser esta recreación que hizo Miguel Cabrera del conocido retrato. Pero Juana Inés entendió que debía poner contrapunto a la idealización que de su imagen y de ella hiciera uno de sus retratos finales. Mi buen amigo Enrique Gracia tuvo la atención de rescatar para nuestros oídos, ayer viernes 14, el soneto con el que Juana Inés respondió. No lo conocía. Mea culpa. Hoy que lo conozco quiero compartirlo con vosotros. No importa su regusto gongorino en la advertencia de la caducidad y la sutil degradación con la que resuelve. Dijo Enrique que con su muerte, 1695, se terminó el Siglo de Oro. Seguramente.

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Soneto donde procura desmentir los elogios
que a un retrato de la poetisa inscribio la verdad, que llama pasión

Éste que ves, engaño colorido,
que, del arte ostentando los primores,
con falsos silogismos de colores
es cauteloso engaño del sentido;

éste, en quien la lisonja ha pretendido
excusar de los años los horrores,
y venciendo del tiempo los rigores
triunfar de la vejez y del olvido:

es un vano artificio del cuidado,
es una flor al viento dedicada,
es un resguardo inútil para el hado:

es una necia diligencia errada,
es un afán caduco y, bien mirado,
es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.
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miércoles, 12 de enero de 2011

A cuatro manos: Dionisio Cañas / Manuel Juliá

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Manuel Juliá y Dionisio Cañas
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No sé si se ha dicho en alguna ocasión, no sé si mis lectores lo habrán oído decir, pero me creo en la obligación de advertir que Dionisio Cañas es un poeta que ha vivido durante casi 30 años en Nueva York y casi el mismo tiempo entre otros lugares y Tomelloso. Con esas dos luces, con esos dos ruidos vive. Antes, en Nueva York, junto a la cercana sabiduría poética de José Olivio Jiménez, ahora en Tomelloso, en el estómago de un bombo: esas ballenas blancas y campesinas de La Mancha. Dos territorios para un solo lugar.

Hace unos meses, Manuel Juliá, escritor, también poeta, excelente lector, sintió la necesidad de agrupar la obra de Dionisio, dispersa y semidesconocida, como todas, en una antología que procuró a Hiperión para ser editada. Así apareció LUGAR, algo distinto a una antología. Digo algo distinto porque el antólogo así lo ha querido. Manuel Juliá ha querido hacer un libro, quiero decir un libro nuevo, con lo ya publicado por Cañas. Tanta claridad de concepto hace que no haya reflejo de los libros editados que han sido cantera de los poemas de la selección. Desprecia otra obra editada que no se atiene a su plan y apenas insinúa cronologías, a no ser para indicar que la parte central contiene los inéditos y la final sus antiguos poemas. Digo esto para resaltar que Juliá ha recreado con su intervención.

Hay un prólogo extenso y documentado con varias ideas motrices: la emoción, la conmoción, como necesidad; la distinción entre espacio y lugar, entre ámbito y refugio; la posibilidad de roce del hacer poético de Cañas con ciertas corrientes que toman los suburbios como escenario, Cioran como referente; la muerte en connivencia con la vida, ambas en sola realidad. Hay un desusado epílogo –del mismo Juliá-, un literario paseo donde la metáfora del crepúsculo ahonda la reflexión del diálogo entre crítico y poeta. No es extraño por tanto que antólogo y antologado ocupen el mismo espacio (casi) en las notas de la contraportada. Esta edición hubiera sido espiritual y materialmente imposible sin la intervención de Manuel Juliá.

La poesía de Dionisio Cañas merece el esfuerzo realizado para convencer a Hiperión. LUGAR es un libro preciso y orientador. Habla de la poesía española de fin de siglo a través de unos de sus protagonistas y de sus testigos. El camarote marxiano donde vivía Cañas en Nueva York era el punto de arribada de numerosos poetas iberos. Una poesía, que de hacer único caso a lo aquí editado, se mueve, desde mucho tiempo, en las orillas de la desolación, de la más íntima búsqueda, de la insatisfacción en las huellas halladas. Una desolación que proviene de la disolución de un miedo permanente en una soledad nunca despejada. De ahí la presencia de la muerte como excusa y puerto a tanta inseguridad. Lo demás que habita su poesía son escenarios provocadores, máscaras: la presencia de lo manchego en la metrópolis y viceversa, la exhibición de la manías homosexuales, la cotidianeidad de lo turbio, las substancias, el amor o la carne como sábana y cuchillo, el criminal ridículo que siempre es el poeta. Máscaras. Tan solamente soledad y miedo. Y auténticos.

Lo leí cuando llegó a mis manos, lo he leído después. De cabo a rabo. Merece la pena. Ha merecido la pena sacar las palabras de Dionisio Cañas de rincones, del seco polvo y manchego, de las torres de ceniza de las dos gemelas, de la invisibilidad. Mi felicitación a ambos.

(Addenda. No conocía, no conozco apenas a Dionisio, a su persona. Coincidimos un momento tomando café frente a la sede de Hiperión, con su alma mater, cuando se cocinaba la edición. Cuatro palabras. Hoy he leído una entrevista suya en la que acusa a las instituciones y a los partidos políticos de la falta de lectores que ahoga a la poesía. Lo de siempre, leña al otro y cero responsabilidad en los poetas. No estoy de acuerdo con él. No es posible tanta marginalidad en lo escrito y reclamar más amplio el paraguas de los impuestos. Con el que alguna vez se ha cubierto, nos hemos cubierto, de la lluvia.)

(Otra. Manuel Juliá termina de colgar en su página el artículo que publica en El Invisible Anillo y que aclara su relación literaria con Dioniso Cañas. Aquí http://www.manueljulia.com/verArticulo.php?intId=498 )



Dead end







Ha llegado el momento
de irse a la mierda,
pisando un camino que no existe,
con la boca llena de un polvo que no existe,
con los ojos cegados
en búsqueda de un padre que no existe,
con el recuerdo de quien fue cien veces
el mismo desconocido que ya no existe.
Un presente sin historia, por favor, que me
llegue un presente desconocido y hermoso,
un presente como la boca de un ángel o de un demonio,
en este día infame donde la nieve
huele a carroña y mi cuerpo busca sin remedio
su fantasma,
que me venga un presente,
un presente con pájaros,
un presente cualquiera.
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sábado, 8 de enero de 2011

¿Existe la belleza sin horror?

Fotografía de Julia Caro

Hay que reconocerlo, son atractivos. Tienen glamour. Un halo envuelve sus nombres y su obra. Todo se vuelve más transcendente. La pasión por el detalle. Los versos se tornan incisivos, aumentan hasta el cric las intenciones, sus silencios son frío. Es obligado hallar los síntomas que. Sentir ineludibles sus finales, abocados. Se nos hacen sombras imprescindibles, a posteriori, claro. Los poetas suicidas. Carne última que atrae.

Han llegado hasta la estantería colmada de Pedro A. González Moreno y han movido sus baldas. Han gritado la noche, sus razones. Lo hicieron antes con otros, tentaron a otros para ser contados y encontraron tímidas respuestas. Ahora sí. Alguien ha puesto en orden los orgullos helados. Alguien ha mirado y ha escrito cuanto oía. El rumor de los caminos solitarios. Las evidentes contradicciones de las nubes. El fragor de los sables y el cuello de las aves. Con una estructura espiral, de sinfonía: anuncio, obertura y desarrollo, ha ido el poeta ordenando veinticinco provocaciones.

Anaqueles sin dueño es un libro del que los poetas-suicidas se han apoderado. Ellos, pero no sus voces. Sus voces, atravesadas por el frío de la cordura, han sido agarradas hasta las vísceras por la mano del poeta que las cuenta y remira, con minuciosidad, hasta encontrar la pausa en los incendios que habitaron. Pero no sus voces, porque es Pedro A. González Moreno quien impone a los habitantes de las baldas su compasivamente rigorosa forma de contar. Su forma de sentirlos vivos y suyos, de sentirse compañero y acompañado. El poeta procura situarse, en las más de las ocasiones, en el instante de la derrota, en la culminación. En el momento de la más posible y perfecta cordura, en la verdad y/o la belleza de entrar en el cieno del poema final.

Recomiendo acompañar con atenta lectura los poemas que rodean a Cesare Pavese, a Silvia Plath, a Anne Sexton, a Salgari. A Georg Trakl: el horror, la belleza del ángel blanco. El postrer trago de Thomas. La taberna proletaria de Maiakovsky. Todo el mundo lírico de Pedro A. González Moreno, bien conocido por sus múltiples lectores, está fundido con el objeto de su atención. Nuevo y reflexivo. Turgente y látigo. La muerte antecede, como la memoria, a la vida, dulce envenenadora; el mar desamueblándose, dejando a la caricia sin objeto; la turbia claridad de la elegancia. El tiempo como ruido, siempre.


Los pájaros de la locura



"Donde tú vas se vuelve otoño y noche”
GEORG TRAKL
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Sobre las piedras blancas de Cracovia
picotean los pájaros las secas
osamentas de un sueño. Alguien ha visto
manadas de caballos galopando
sobre el agua del mar. En las paredes
de algún psiquiátrico han escrito un nombre
con sílabas de sangre. Las muchachas
abren sus cuerpos y la luz florece
en medio de la nieve, mientras a alguien
le estalla el corazón por sobredosis
de cocaína y frío.
                              Quizás no haya
belleza sin horror.
                               Los nidos arden
y por el aire de Cracovia vuelan
desbandadas de pájaros. Los muertos
se enfrían en la acera, pero nadie
viene a cerrar sus párpados. Un niño
se ha asomado a la lluvia porque quiere
crecer deprisa; y otro, con un sable,
cercena el cuello de los cisnes. Nunca
existe la belleza sin horror,
pero ha de haber un puente, alguna hebra
que suture el abismo. Entre esos pájaros
que picotean cráneos de muchachas
 y esa luz que florece entre sus muslos,
tiene que haber un puente de cordura.

O tal vez la verdad y la belleza
sean nombres diferentes del horror:
sus más hermosas máscaras visibles.
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