jueves, 1 de octubre de 2015

No tan friki y otras notas

Jesús del Real y Lola de la Serna

Lola de la Serna
Foto: Móvil
A veces hay que viajar hasta Vallecas, hasta una librería que se pretende alternativa, La esquina del zorro, y estar en familia de cinco con editores y libreros para presenciar una lectura comme il faut. Sucedió el jueves 24 con Jesús del Real. En la naturalidad del que sabe, sazonó la lectura de cinco o seis de sus textos, no más, con disquisiciones sobre el poema, la poesía, su función en el mundo actual y la naturaleza del mismo. Me agradó sobremanera el selecto uso de las citas y la sabia medida. Leyó de Brote y raíz, libro reciente de Huerga y Fierro.
  Hay otras ocasiones en que es preciso caminar bajo el verde triste del que gozan ahora los árboles del Retiro madrileño, viernes 25, para gozar del milagro de la emoción. Porque si algo se derramó en el piso de arriba de la Casa de Fieras, fue comunión y pálpito. Por nada del mundo me lo hubiera perdido. Lola de la Serna presentaba el corpus completo de su obra (tres poemarios) reunido el solo volumen al que titula El solo del espejo. Lo ha editado Vitruvio, como casi toda su obra. Manuel López Azorín tuvo el gesto magistral de unir calidad poética y personal en el retrato que hizo de la protagonista. Con suave elegancia, con la tranquilidad que nace de una amistad antigua y fecunda. Lola estuvo espléndida, trasmitiendo a la sala la importancia íntima del momento, y recibiendo el abrazo de los asistentes. Leyó mucho más de lo que ella suponía. Es poeta de sutiles silencios y de insinuaciones. Dueña de una poesía humanizada, hunde su verso en el enigma del hombre, barquero en un piélago de obstáculos y vacilaciones. Y aunque López Azorín y Pablo Méndez ayudaron en la lectura de poemas, se notó la ausencia de Carmina Casala, maestra en tales lides. Dos actos de los que confortan: al cerebro, al corazón.   

Agustín Fernández Mallo

 
Fernández Mallo, la penumbra y Rodríguez Marcos
 Foto: Móvil
 No tan friki
, pero tampoco metro. Contenido, sin ánimo de epatar. Incluso con cierto recogimiento estuvo Agustín Fernández Mallo en La Central de Callao. Ante 40 y público no habitual para quien escribe. Citado como estaba para presentar Ya nadie se llamará como yo + Poesía Reunida, abultado volumen que ha editado Seix Barral. Miércoles y 30. Ante él y para entrevistarlo Javier Rodríguez Marcos, extremeño, poeta y de El País. Hablaron de muchas provocaciones. Algunas del libro. Tras analizar lo posible de ser postmoderno y gallego, supimos que era su libro más íntimo, más biográfico, nacido tras la muerte de una persona cercana. Que es el libro más rural de alguien al que se tiene por urbanita, de alguien que no supo de Walt Diney hasta la pubertad, de alguien a quien el hallazgo de una tarjeta de crédito medio roída en la profundidad de unas montañas supuso una epifanía brutal (sic). Luego, la cosa derivó en lateralidades múltiples, en preguntas elaboradas y en respuestas teñidas de ingenuidad, cuando sospechábamos viceversa. Sobre la pugna entre la palabra y lo audiovisual, sobre las juveniles incomprensiones motivadoras, sobre si el poema (y esto se repitió) debe ser una máquina perfecta de producir emociones y se citaba a WC Williams, sobre panegíricos a Las Vegas y su verdad, sobre las taxonomías de su famosa postpoética. Pero todo con un comedimiento reñido con la informalidad que le suponía la juventud oyente. Por supuesto, se recordó continuamente que es físico de estudios.Tres perlas finales. Una: No salgo, me acuesto tarde, sobre las tres, pero siempre acompañado de una idea sorprendente, escudo que me libra de la muerte nocturna. Dos: La poesía debe problematizar la realidad, en cuanto a la herramienta ni papel, ni tablet, el próximo poema lo grabaré en piedra. Tres: Agustín, a petición de Javier, se atrevió a leer un poema. Logró terminarlo.      

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