jueves, 28 de mayo de 2015

Jesús Cárdenas, poeta sevillano

    

Viene por vez primera a Madrid, a firmar a la Feria del libro. Ilusionado. Como tantos poetas. Se llama Jesús Cárdenas. En estos últimos años escribe con decisión y ha podido dar a la luz dos poemarios de muy buena factura, de gran pulso. El primero, del año 2014, lo publicó Cuadernos del Laberinto y recibió como título Después de la música, con prólogo de Enrique Gracia Trinidad. Es un texto en donde el conflicto emocional se impone sobre la contemplación. En el editado más reciente, Sucesión de lunas, prologado por Manuel Rico, Jesús atiende a la melancolía de la lluvia sobre el alma del poeta, a las ventanas del ánimo, a los promontorios, serenos o convulsos, de la contemplación. Es una mano que escribe con insistencia lo desasistido. Los poemas se suceden en forma convencional o en prosa para caminar por los atropellos del olvido y la belleza fragmentada de los instantes. Viene a Madrid Jesús el próximo sábado 30, viene a firmar ejemplares de Después de la música a la caseta 322 a partir de las 18 horas. Mientras la luz le desea una feliz estancia entre nosotros.
......

Dos poemas

VI

La tibieza de la mirada ante las primeras lluvias, rescribiendo la agitación con rumor de recién estrenada.

La melancolía por contemplar las gotas descendiendo por el cristal, ahí te detienes, en su calado, en tardes ahogadas de signos sigilosos, sueños que nos salvaban del vacío, hasta conocer su finita secuencia.

Desde el cristal un cielo intempestivo: la lluvia en el espejo de los sueños abriéndose camino; gotas de agua queriendo ser memoria, pero terminan restallando tus fragmentos.

XII
Y son también espejo en tentativa, promesa de transparencia, lluvia que aspira a ser lluvia con más pavor, desolación de los árboles, reflejo cruel sobre las aceras, agua vertiginosa que ahogue las cosechas, convirtiendo las zanjas en riachuelos –como certero acero en mitad de la carne–, el aire ya silente en soledad arrebatadoramente sombría.

domingo, 24 de mayo de 2015

Casi recuperados

    Pasadas las tendinitis de codo y rodilla que han tenido a los habituales miembros de la redacción sin poder visitar y sin poder escribir. Ni pensar. Por los agudos dolores. Que ni los emplastes de la becaria lograban reducir. Pasadas digo, y mientras atendemos a los resultados del terremoto (grado 5, se esperan sacudidas mayores) y sus efectos en los edificios ya de por sí agrietados, queremos dejar señal de la semana. Leves señales.

   Una. Que María Luisa García-Ochoa crece en la poesía desde la humildad y la emoción. Hizo una lectura muy medida de sus primeros, de sus editados y de sus últimos poemas. Fue en el Hogar de Ávila, lunes 18,esa tertulia escondida y de tradición. Presentada por José Félix Olalla, contuvo su propensión a la sonrisa cómplice para hacer valer la fuerza reflexiva de sus textos, que paradójicamente eluden la ironía habitual de su carácter. Tal vez padezcan, sin saberlo, de esa enfermedad tan extendida que supone hacer de la poesía un acto trascendente: Aunque algún guiño hubo. Asistió Carlos Murciano, quien nos contó de la recién reedición de su poemario sobre Teresa de Jesús, De roble y seda.


 Dos. Que Ana Gorría leyó en Función Lenguaje, la sala que la antigua Escuela de Escritores mantiene en la calle Doctor Fourquet. Miércoles 20. La presentó sin emoción Antonio Ortega. Era nuestra primera visita, y el lugar es disperso. Juan Soros, Pedro Provencio, Miguel Casado entre los asistentes. Consuetudinarios parecen. No nos pareció de acertado actuar la poeta invitada. Leyó escasamente cuatro poemas, para pasar a un "juego", así lo llamó ella. A un poema dialogado (luego supimos que eran alejandrinos trinchados) que leyó a dos voces con Antonio Ortega, quien había aceptado sin emoción. Luego, a los 7 minutos de comenzado todo, llamó a los asistentes al coloquio. La sala, fría, no respondió. Ella aprovechó el tiempo para expansionarse sobre sus motivaciones y los rasgos de su proceso creativo. Sobre su intención de llevar las cosas del lenguaje hasta el límite, repetía. Y repetía. Y demandaba preguntas. Miguel Casado, sin emoción, hizo alguna. Ante el escaso éxito, Antonio Ortega, sin emoción, le pidió que leyera algo más. Aceptó, pero volvió rápida a las andadas de explicar deslavazadamente, a poetas avezados, cómo y por qué, y desde qué confusión, hace ella un poema. Me hizo recordar aquello del Juan de Mairena apócrifo:

Será de verdad poema
el poema que me dices 
si en mi corazón resuena 
no porque mucho lo expliques.

   Tres. Que la sesión final de Odisea Poética, viernes 22, logró una calidad de tono y susurro como pocas veces. Un emocionado Alfredo Piquer vivíó con todos su emoción de vísperas. Estuvo en Libertad 8 al mismo tiempo que estaba ya en la noche del domingo 24. Esta del recuento. Cuando escribo. Tres voces femeninas, Gema Palacios la primera, su voz contenida, sin apenas modulación, subrayó unos textos claros y comprometidos, de tensión intimista y buena factura. Luego la sevillana Sara Castelar, que ha vuelto un mes después a Libertad 8 para obtener un aplauso cerradísimo. Hay lenguaje poético a raudales en esta mujer, de quien ha poco dijimos, y que se muestra entusiasmada con su empeño editorial. Karima se llama. Y para el final, la reconocida Raquel Lanseros, que llegó ajustadísima de hora (decían que de acompañar a LGM). Cerró la sesión de forma espléndida leyendo poemas que la han consagrado justamente y que cantan a la vida. Da gusto sentir cómo trasmite gozo en su lectura. Estuvo por allí Enrique Gracia Trinidad, atareado y atento.


Otro sí:  La redacción en pleno espera que pasen las aflicciones físicas y los ibuprofenos y que podamos seguir dando cuenta de todo cuanto pasa, que es mucho. Porque han de saber que la gente se arremolina y levanta la voz cuando la Feria se acerca. También debe existir esperanza (de la buena) en los poetas. ¿Por qué no? Informaremos si alguien vende más de 50 libros (descontado Marwan, claro).

lunes, 18 de mayo de 2015

Críticas inmejorables

   Ha obtenido críticas inmejorables, decía el cartel que lo anunciaba. Tras la lectura, J. Lostalé, también presente, me confirmó el aserto cuando inquirí ¿quién es?. El asunto ocurrió antes de que abril se agostara. En la librería Enclave. Doce personas para escuchar a tres poetas. Juan A. Marín, impecable y melancólico premio José Hierro 2014 y la gallega irredenta Luz Pichel eran los otros dos. La verdad es que la lectura del así anunciado fue sorprendente, tanto por la longitud desacostumbrada de sus poemas, como por la intención de crear con ellos, o en ellos, un mundo onirico-real a la manera de las grandes folletines del Señor de los Tronos o los Anillos del Juego. 
Isamel Belda
(Foto de la red)
  
    Es el caso -me amplió Lostalé- que en ABC salió una crítica escrita de rodillas por Andrés Ibáñez, y el libro se vendió como la espuma. Un Andrés Ibáñez, supe luego, contrito y feliz porque con la lectura y reseña de La universidad blanca le había llegado su momento culmen: la ocasión de ser el descubridor de la voz poética que marcará el siglo XXI español y europeo. Una voz que culmina los intentos, ahora sabemos que frustrados, de Yeats, Wallace Stevens, Lezama Lima, Rubén Darío, LM Panero, Roberto Bolaño y Vladimir Nabokov. Una voz que añade a tal arquitectura “los colores traídos por Rilke, por Kleist, por Hölderlin”. Todo esto lo supe cuando llegué a casa y tecleé. (Pueden ustedes hacerlo aquí.) Y como uno es así, crédulo de nación, intenté retener autor y libro: La universidad blanca, de Ismael Belda. Dice la solapa que, nacido en 1977, lleva 10 años escribiendo una novela que llama Vesperal y nuevo en esto de publicar, aunque no en la crítica. Es colaborador habitual de Revista de Libros. Me dijeron también que se había agotado la primera edición (La Palma, 2014), por eso me alegré tanto cuando encontré un ejemplar de ella en la reciente Feria del Libro Antiguo. Y lo compre, 8 euros, no fuera a escapárseme la joya, amigo Andrés, y la posteridad. Y voy leyendo sin prisas. Y con sorpresa alejandrinos en rima pareada y consonante. Una rima que busca, pienso yo, lo facilón, roces de ripio, lo no afectado ni literaturalizado, porque así se provoca y/o remueve. Véase: rayo con gallo, pocos con locos, viejos con lejos, lento con viento (en varias ocasiones), bellota con gaviota… ya saben, el mundo del rap elevado en su dignidad, que bien lo merece. Recuerdo de aquel acto en Enclave, y en su favor, que leyó una sextina sin que mi persona huyese, algo que no han lograron conmigo ni David Coll ni Aaron G. Peña. La misma que hoy termino de abandonar. La que ha provocado este pequeño apunte.
   
El núcleo del libro lo construye un poema largo, narrativo y largo… que da título al libro, y en pareados. Como estos que les adjunto

En el suelo una lámpara rota. Guada barrió
los cristales. Cerró la ventana. Tomó
varias fotografías sin saber bien por qué.
De la ventana, el techo, la alfombra y el parqué.
Más tarde al revelarlas (salió de su lavabo
iluminado en rojo, tomó un pequeño cabo
de vela – le gustaba de pronto la costumbre
gótica de mirar sus fotos a la lumbre…

por si animan y me acompañan.         

martes, 12 de mayo de 2015

Un poema: Parábola

                 A José Luis Morales

Hallarás retorcido 
–me decía el Maestro–
y abandonado el cable
del lenguaje
(ser poeta es oficio
de chatarreros)

tómalo, quita

de su espeso discurso
los orines, desenreda sus vicios 
tortuosos,
tensa, logra que olvide
acomodos y miedos,
pervertidas posturas

asidos con tus manos
sus límites, estira,
busca
su más claro perfil, has de lograr
con precisión que tienda
hacia lo recto,
a la ligera y limpia
exactitud del verso ambiguo.

Déjalo luego, otros
que hallarán extrañados su postura,
su desnudez de filo, su abandono,
buscarán la belleza
(y la hallarán tal vez) al arrugarlo.


(De Locus Poetarum)

viernes, 8 de mayo de 2015

Un poema: Habla









Habla

sobre su plato
coloca en paralelo los metales
intentando ocultar
minúsculos despojos

habla

ella eligió el lugar,
un pequeño bistrot de luces ácidas,
de precios aburridos

sospecha, mientras habla, su destierro

que ya no volverá
al fragor de sus labios cremallera,
y habla

ella escucha
con amable descuido 

él parece un ahorcado
que hablase al viento.


martes, 5 de mayo de 2015

Un bronce necesario para Nicolás del Hierro.



En numerosas ocasiones y por diversos motivos hemos escrito sobre  Nicolás del Hierro: poeta, paisano y amigo. Pero es necesario hacerlo de nuevo ahora, cuando en su madurez vital se van sucediendo a su alrededor  los homenajes y los reconocimientos. Cuando por ventura se cumple lo que tantas veces hemos pedido, que lo poetas puedan conocer en el tiempo de su escritura el cariño y el respeto de sus lectores y contemporáneos. Viene al caso porque Amigos de Piedrabuena, asociación de la que formo parte, coloca este sábado, 9 de mayo, una placa en el lugar donde estuvo la casa que lo vio nacer. Y lo hace con el único deseo de que perdure en las calles de Piedrabuena, y en un bronce escrito, la admiración que por su persona y su obra, dotadas ambas de envidiable claridad, tienen sus vecinos.

Hace tres años, cuando por estas fechas se presentaba El color de la tinta (Vitruvio. 2012) libro que recopila su poesía, Nicolás del Hierro dejó en sus páginas testimonio público de su labor en la poesía manchega y española durante los últimos 50 años. Aquella que comenzara en 1962 con la edición de Profecías de la guerra. En la actualidad, hay que decirlo pronto, sigue su pluma en plenitud, en viva actividad. Recientemente, en Ciudad Real y en Madrid, presentó un nuevo libro de relatos, Una ventana abierta (Ediciones C&G), titulo que lo define como pocos.

Recogida en casi veinte títulos, la obra poética de Nicolás del Hierro mantiene como argumento esencial su compromiso con el hombre. Y de la voluntad del hombre como individuo en esfuerzo para los demás hombres. En ese concilio de intereses, hermandades y egoísmos que la vida supone, la poesía de Nicolás del Hierro indaga en los caminos de la justicia y la hermandad. La palabra de Nicolás, nacido en 1934, vísperas del conflicto, sabe del humanismo,  de los sufrimientos y de las esperanza; es un palabra que se construye, cálidamente sencilla, para las gentes de la calle, para la cal y su luz, para los sueños. Sabe del equilibrio emocionado y busca tanto la reflexión como el cántico “No escribo para mí – dice en uno de sus poemas– sino para los otros, para quienes desde el crepúsculo se asoman por la ingente ventana del poema y sus ojos son noche”.

El reconocimiento que por el Ayuntamiento de su villa natal se hizo con la creación de un Premio Nacional de Poesía que lleva su nombre, y que en estos días cumple su 17 edición, se verá incrementado ahora por la espontaneidad de sus vecinos que desean que su obra perdure en la memoria de quienes nos sucedan. Y todo esto por su compromiso con la tierra que lo vio nacer, por la defensa de sus paisajes y su río, por su lealtad con la historia y sus gentes, por la tensión con que ha perseguido la belleza. En la calle donde vivió su infancia. Una infancia la suya como la de tantos: la infancia de las calles empedradas, la del trabajo pronto y el pan escaso, la de los tiempos duros de posguerra. No olvidemos que en sus primeros poemas se definía como “hombre solo” pero también  como perteneciente a una “generación nacida a flor de bala”.  Nicolás es poeta de hálito horaciano, y con él he tenido la tardía fortuna de compartir afanes y días, colores y sierras, poemas y tiempos de conversación junto al Bullaque. La suya es obra de poeta forjado a sí mismo. Y tan necesaria para él como para los demás.

Por esas razones sus paisanos y vecinos de Piedrabuena quieren convocarse a las siete de la tarde del sábado 9 de mayo para compartir con él la alegría de acompañarle ahora y de recordarle en la infancia de la calle Porzuna, a la que tanto vuelve en sus poemas. No le faltarán calor y abrazo.