miércoles, 30 de noviembre de 2016

Consejo de redacción. Diciembre



      Dijo el Jefe: Lo que distingue al poeta verdadero del poeta de voluntad es que el primero sabe reconocer los silencios, el lugar donde guardan. Lo advierte por la sumisión, por el temblor, de las palabras que los flanquean. Y, zahorí, se detiene. El silencio es un cofre del que mana presente. El poeta verdadero respeta su estancia, su sosiego. Deja de escribir en el poema. Goza el fruto. Conoce que el silencio anotado puede resultar oculto al futuro lector, pero confía en su lectura atenta, en el placer que supone su desciframiento. El poeta verdadero no debe oscurecer ni oscurecerse, simplemente saber que no es posible destruir los silencios. A veces, pocas, el poema le pide continuar.

lunes, 28 de noviembre de 2016

Aquí (En la muerte de Marcos Ana)








Aquí, viajero, en este
territorio imposible,
hay un lugar en los oestes
del aire donde
la luz se adensa hasta volverse cieno

y es el azul
un gris inexpugnable

ni siquiera las águilas,
ni siquiera el olvido, mirada sin el árbol

un rincón donde sólo
una palabra crece y se pronuncia,
y es astilla

un páramo con hoces donde viven aquellos
que cegaron los pozos,
que negaron la lluvia

desolación callada,
lugar para que entierren a poetas.


martes, 22 de noviembre de 2016

Un poema de Elvira Daudet: Autorretrato

Con este poema inició Elvira Daudet su lectura de ayer en Libertad 8
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Me llamo Soledad y estoy soltera,
quiero decir
que voy sola al abogado, al médico
y consumo mi vida
de ventanilla en ventanilla,
en esa lenta droga llamada burocracia.

Tengo dos hijos
a los que educo para hombres,
en la medida que una mujer
puede hacer hombres.
Tengo veintiséis años
y a veces, enfermo de ternura.
Estoy tan sola
que alguna vez me paro ante el espejo
y me sonrío.

Otras veces, para no enloquecer,
me coloco las pestañas postizas,
los lunares,
me encajo la sonrisa
y ensayo
el pequeño suicidio del diálogo.

Todas las madrugadas
recibo la visita de un extraño
—siempre el mismo—
al que caliento la cama hace ocho años.

Solo por esto me mantiene.

domingo, 13 de noviembre de 2016

De Marquina a Céspedes

    

Marquina

Francisco G. Marquina leyendo
Foto EC



  Dijo Pérez Henares, al que todos llamaron Chani, que él leyó el libro en Beirut, territorio muy ad hoc para hablar a la muerte. O mirarla. Hizo una presentación desenfadada, como corresponde a un libro que tiene a la muerte por prota, pero sobre todo muy al hilo de su autor, del gran  Francisco García Marquina, el poeta alcarreño nacido en Madrid. El asunto fue en Guadalajara, a donde se desplazó en pleno la redacción de Mientras la luz, becaria incluida. Dijo también Chani, que en el libro, aparte de aceptación dialogada, hay también gotas de sabia ironía y una pizquita de humor, pero sin pasarse. Y estoy de acuerdo. Está bien salpimentar, pero sin que se enmascare el verdadero sabor del alimento. La sabia mano que Marquina gobierna sabe bien esa armonía. Se presentó, lunes 7, Morirse es como un pueblo ante una nutrida representación de la inteligentsia de la ciudad. Dijo el autor que el título procede –mourir est un village– del belga Luis Scutenaire, y que a él le parece que sí. Tanto por lo vulgar como por lo que tiene el asunto de comunitario. Alrededor de una realidad inexcusable, el autor deviene en consideraciones, no al estilo de tantísimos poetas –ya saben que la muerte es un universal en el corral poético- sino mirándola cara a cara y llamándola por su nombre. Sin miedo, sin respeto, negándole el carácter de juicio final, pero sabiendo lo que de pórtico a la nada significa. Divide al libro en 12 capítulos a los cuales acompañan doce citas, desde Séneca a Bukowski, pasando por Cioran y Derrida, con el fin de demostrar que la vida es un préstamo del cual debemos gastar hasta el último céntimo. Que, como un ejército que sabe administrarse, hay que ir ganándole batalla tras batalla hasta la derrota final. Sólo así es posible, sabiendo que llegará, aguardarla y permanecer cuerdos. Señaló que la pérdida de la inocencia es la peor de las muertes, porque es la de la infancia. Y que en ese morir de cada día que saludamos, hay veces en que el cielo acelera. El autor nos aclaró que con motivo de un infarto estuvo diez minutos en parada cardíaca. Que guardaba memoria, dijo, y que aquel momento no tuvo nada del mítico túnel. Y menos de mística. Tal vez por ello para enjugarlo, y conjurar los demonios del recuerdo, se repartió entre los asistentes unas cajas de bombones, que los sedentes agradecieron devorando. Vitruvio ha editado este libro en paz, este libro de reflexión y cántico, este buenísimo texto que llena de claridad, en lo posible, la zona oscura. Porque la negra existe/ será justo vivir/ leves, libres, banales y valientes, dice en el poema Porque la muerte. Ni tragi ni comedia, sino en el exacto punto de lo estoico. Por lo mismo, y por practicar, muchos nos fuimos luego a tomar unos tragos.     


 Céspedes
Alejandro Céspedes leyendo
Foto: José Luis Torrego


  

      Entre lo ajeno y la piel cabe el mundo y la nada, lo inmenso añora y busca su memoria de hormiga. En minúsculo recipiente se oculta la voluntad de vivir. Los afueras, los adentros, ecos de esa cajita de música que a la vez nos libera y nos engulle. La ciudad de los otros y el títere que es siempre el individuo. La fortaleza de lo débil. Y la fragilidad. Pero sobre todo la conciencia de que existir es caminar sobre un suelo inestable. Quiero decir sobre la sospecha de un suelo que finge. Sospecha que acompaña a pesar de todos los asideros. Solamente las formas, la representación. No hay fórmulas para construir lo real.  Sino incógnitas que los sabios plantean, escriben, duelen. La realidad y el sueño como en sábanas que se pliegan y confunden. Y dejan en sus dobleces atrapada la araña de la posibilidad. O la melancolía. Voces en off se presentó el viernes 11 en Casa del Lector. Vivir precisa actores, lugar. Dimensiones y luz. Escenario. Escribir es solamente un paso que apenas. Tinta de bruces. Vino desde Asturias Alejandro Céspedes. A releer sus “Voces…” de Amargord. Lo teatral, lo subliminal, la intención de lo bello. Cuatro actores, una niña: dibujan, leen, respiran pórtico. Hay un visillo rojo virtual que mueve el viento. Luego, el laberinto de la pantalla y el decir, tan caliente de Alejandro. Ciudades, plegamientos, rosebud, el envés de lo pensado, la soledad desmanejada, papel, papeles, kabaret, el gesto como única salida. Orquesta y solista frente a frente. Frente al fuego. Serenidad del diálogo. Textos, gota a gota, de Voces en off. Imágenes, imágenes como sabiduría robada a la redes. Fragmentadas, disueltas, laberintos que explosionan. La ruina como tentación. La poesía de Alejandro Céspedes abomina de mundos transitados, de los lugares dichos. Una luz-vela encendía su rostro en la penumbra. Y los textos, negados a la composición versicular, caían como aceros puntiagudos en los que escuchábamos. Lluvia en off. No una presentación sino una representación en donde el temblor y la violencia estética de la pantalla eran agentes provocadores. Y una pregunta ¿con qué palabra oculta calificar la obra creadora de Alejandro Céspedes? Valdría la de poeta. A secas. Pero ¿cómo volverla a emplear para otras realidades? Supe luego que Julio Mas había estado a los mandos de la proyección.
Un texto escrito para lectores no existentes aún, un texto que indaga, es preciso indagar, en la representación como la más auténtica realidad. Hay personajes que escapan de una a otra y que regresan. Algo que la humanidad viene haciendo desde milenios, casi siempre sin conciencia: tú, yo, nadie, el otro. Lo que somos.                  

lunes, 7 de noviembre de 2016

Un poema de Joaquín Benito de Lucas: Sin tristeza

    



  Acunado por el Tajo, río que aún sigue meciendo su voz, Joaquín Benito de Lucas nació en Talavera de la Reina, lugar, murallas, puente y taberna de su niñez. De aquella patria de oficios varios, calles y redes pescadoras, nace, cada vez más, su poesía. Existen en ella otros paisajes, otras provocaciones, yo no digo que no… pero aquellas piedras, pero aquellas aguas y álamos. La poesía elige donde residir. Y si el poeta es verdadero jamás se opone a su designio. La de Benito de Lucas ha ido ocupando las posadas de la infancia, los regatos en donde la corriente del río se demora y canta, las esperanzas y las misericordias, los afanes y los miedos de una posguerra larga. Sin ignorar, cada vez menos, que el sol busca el oeste, los oestes finales. El recuerdo como emoción y la claridad expresiva son las coordenadas de su hacer poético. Obra y memoria, pared y yedra, soporte y testimonio, materia y creación. La poesía de Joaquín Benito es una tarde calma de agosto, un patio que con la cal dialoga mientras hojea un álbum de familia.
   

    Con la pulcritud que le es habitual, y a intención cuidadosa de Manuel López Azorín, ha publicado Eirene La luz que me faltaba, antología de los últimos diez libros de Joaquín Benito de Lucas. Otro poeta manchego, Pedro A. González Moreno, buen conocedor de la obra del talaverano, la prologa con decisión y mimo. De ella hemos elegido este poema, uno de los tres inéditos finales.    


Sin  tristeza

Yo no sé por qué tengo que estar triste.
El mar es grande, la esperanza espera,
el día se hace largo en los veranos
y las noches inventan nuevas formas de vida.

Pero hoy, es decir, esta mañana
del mes de mayo, cuando los rosales
dejan caer los pétalos
de su primera floración,
me acuerdo de la gente que se ha ido
–y es primavera- de los que dijeron
adiós y ya no están
como mis padres, como mis hermanos
y como yo que un día
no muy lejano cerraré los ojos,
dejaré descansar la pluma con que escribo
e iré a su encuentro. Temo
que no me reconozcan, que no sepan
quien soy, yo que he cantado su vida en muchos versos,
y su muerte también, que ellos no habrán leído.
Mas creo que podrán reconocerme
por el olor que deja cada lágrima
vertida en su memoria mientras estaban vivos.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Poema: Líquenes en la casa recobrada




De no usar el tiempo,
han nacido en las losas
que forman la escalera
mares de líquenes.

Contemplo la sorpresa,
su menudo decir y su sosiego

atrevidos, tenaces, han logrado
crecer en la humildad de la caliza,
viven.

Un caracol de sombras
los vela compasivo,
tal vez su voz recorra cada tarde
tanto existir sereno, el minúsculo
amparo que la piedra
parece permitirles.

Me he negado a pisarlos

no seré yo quien hiera su miniada
levedad de colores,
su luz raíz, en donde no distingo
ni baldíos reclamos
ni renuncias.

Mi casa recobrada,
mis hierbas minerales, la conciencia.