jueves, 2 de noviembre de 2017

Mujeres y un poema



      Caminamos por territorio fem. También en poesía. Buena la armó chusvisor.  Las que habitan este paisaje ut supra se conocen entre sí como genias. Y no por otra cosa pretenciosa sino por el nombre de su asociación: Genialogías. Nombre que ampara en lazo a un centenar de mujeres poetas españolas dispuestas a defender. Se reúnen para saber y saberse. El viernes 27 lo hicieron en Función Lenguaje con motivo de celebrar la nueva edición –por Tigres de Papel– de textos de Julia Uceda y Francisca Aguirre. Paca asistió. Desde su Salamanca, acudió Mª Ángeles Pérez López para hablar sobre ellas, y en general sobre mujer y poesía. Esta foto de FB, donde abundan lectoras de Mientras la luz, da testimonio.

Foto de MCBarri

     El sábado 28 fue en Sigüenza, la villa en alameda y piedra de La Alcarria. Mª Antonia Velasco, familiarmente Toya Velasco, quiso acudir a su tierra cuna para presentar La cabeza y un zapato, libro que obtuvo la pasada edición el premio Blas de Otero. Lo presentó José Luis Morales, extrañado y contento por la tardía incorporación de la escritora al territorio lírico. Destacó la capacidad surrealista de su lenguaje. Acero dúctil que trasmite la emoción en pureza. Leyó, dulce y salvaje, Soledad Serrano poemas del libro ante la atenta vigilia de EGT.  Tenaces, los asistentes lograron que la autora leyera algunos de los textos, ella es reacia a esos haceres, pero transigió. Y sonreía feliz. El enorme muro de piedra que cerraba el recinto parecía escuchar.

Foto de VázquezPrada

      Tensa parecía la iluminación posmoderna de El Comercial el lunes 30, recinto que reserva los lunes para actos literarios. Presentaba Ana Montojo, poeta de edición tardía, su quinto libro. Lo publica con su asociación, Escritores en Red, y lo ha titulado Las horas contadas. Sala apretada de público fiel. Presentación prodigio de Valentín Martín, autor también del prólogo y de Carmen Fabre, responsable de edición. La lectura de poemas, según han declarado testigos, tuvo su densidad acentuada. Añadiendo que a la sensación de pérdida que supura toda la obra de Ana Montojo se unía en esta ocasión el dolor de lo concreto, del cuerpo, amado un tiempo, al que ella estuvo –próxima y necesaria– contando, cuidando, una a una las horas últimas. De ahí el poema que ofrecemos.       

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LOS VAQUEROS
                  
                   Solo me juzgo por lo que siento, 
                   no por lo que razono. 
                                        (Montaigne)

Recuerdo aquel verano -el del sesenta y cinco-
cuando eras aquel chico tan guapo que cantaba,
al que mejor sentaban los vaqueros.
Tú eras el capricho de las nenas,
el terror de los novios,
el sueño húmedo de suegras potenciales,
y yo apenas entraba en una adolescencia
boba y muerta de miedo, sin conciencia de mí
ni de que yo pudiera valer algo.

No sé por qué demonios te fijaste
en esa chica tímida
de la pandilla de los más pequeños,
el caso es que cualquier posible contrincante
regresó a sus cuarteles y replegó sus fuerzas
ante un rival con semejante historia.
Me dejaron inerme, teniendo que lidiar 
contra todas tus armas.
Dieciséis años contaba por entonces.

No hace falta que cuente lo que vino después
-largo noviazgo de pecados tristes,
muchas visitas al confesonario,
lunas llenas de cuernos,
propósito de enmienda,
dolor de corazón y al fin la boda
con el tul ilusión hecho jirones.

Cuatro hijos contando al que se fue
-revisando las fotos me preguntas
qué niño es cada uno de esos niños
que nos sonríen desde la memoria-,
el oscuro enemigo que se instaló en tu mente
hasta echarme de casa. Y los papeles rotos.

Muchos años perdida en espejismos
queriéndome morir más de mil veces,
pasiones desbordadas y un futuro imperfecto
por no saber cortar el hilo de la culpa
porque estabas ahí, tú siempre estabas,
tú y tu inmisericorde soledad,
la que todas las noches dormía a mi costado.

Pero ya no es cuestión
de andar pidiendo cuentas a la vida.
Ahora que ya no eres
ese chico tan guapo y los vaqueros
no te sientan tan bien, sabrás que existe
otra forma de amar
que no entiende de orgasmos,
que no va a derretirse entre gemidos,
pero que hoy, precisamente ahora
no va a dejarte solo.

4 comentarios:

Mayusta dijo...

¿Y cómo no sentirse idenficado con este poema? Los "chicos del 65"y todos los avatares de una vida, de una generación muy especial. Y esa infinita ternura de Ana, que ha sabido caminar con nobleza y dignidad por esa vida sin amedrentarse jamás. Un poema de amor de esa clase en la que muchos nos reconocemos todavía, en estos tiempos de inmediatez,
provisionalidad y hedonismo. Grandeza del poema y la poeta.

Rosa del Aire dijo...

Como digo casi siempre, la lectura de algunos de tus versos, me traen recuerdos de esa soledad reconocida y de avatares que se alargaron en el tiempo sin transcurrir de los seres amados. Gracias, Ana Montojo, por dar la luz adecuada a los versos crecidos en tantas sombras.
Besos y abrazos.

fcaro dijo...

Poema, enorme, Miguel Ángel, que da la medida de la estatura vital y poética de Ana Montojo, una mujer que está removiendo algo más que el hacer poético. Un orgullo.

fcaro dijo...

Sí Rosa, leer a Ana es internarse en un mundo de soledades y preguntas.