Premio Antonio González de Lama 2017
Editorial Eolas / Colección Eria 2017
Editoril Eolas . León. T: 987 24 15 11
Libreria Facultad de Derecho. Madrid. T: 649 113 954 Casa del Libro
TEXTOS PUBLICADOS SOBRE "EL OFICIO DEL HOMBRE QUE RESPIRA"
TEXTOS PUBLICADOS SOBRE "EL OFICIO DEL HOMBRE QUE RESPIRA"
JESÚS DEL REAL BLOG personal 9/01/2018
Nos presenta Francisco Caro su último libro editado, consecuencia del premio “Antonio González de Lama” que obtuvo a finales del 2017, El oficio del hombre que respira (Eolas ediciones), título que toma de un verso de Luis Feria citado al inicio y que nos remite, no obstante, al oficio que ejerció Cesare Pavese, para que nosotros pudiéramos hacer algo más que vivir. Así en este libro, Francisco Caro nos ofrece una poética consecuencia del acontecimiento en el transcurso vital y maravilla la realidad puesta de manifiesto cuando descubrimos que algo cotidiano, por sus palabras, se revela novedad.
Con la filosofía que nos da las propias actitudes, Francisco Caro, tras una docena de libros que serán, tiene mirada amplia y la generosidad de quien ya no odia; acogiéndonos a las palabras de Carlos Sahagún diríamos “un hombre bueno y alto”, donde su experiencia de crear, va unida a la experiencia de ser, “el ser es escritura” dice su colega Juarroz, “Va la tarde al secreto / y yo mientras escribo…”, nos dice Caro.
Albas, árboles o patio ofrecen su gran potencia de imágenes, engastadas en una estructura de cuidada elaboración, un diario camino por los meses (más señalado de agosto a diciembre) donde el poeta selecciona cuidadosamente los recursos expresivos del lenguaje poético, enfrenta significados inauditos (“creí ser solo un verso / tendido sobre el martes…”), sustantiva verbos, adverbios o adjetivos (“los dos geranios ángeles…”), mostrando una espléndida sencillez léxica de afinada composición. En cada poema de Francisco Caro parece latir un núcleo semejante, un pensamiento que murmura (“runrunea” diría él) a través de un ritmo abierto que va aquilatando sin fórmulas predeterminadas, generándole una inquietud incómoda que ordena el azar y no se acaba hasta dar con la cadencia justa.
La poesía sería un medio de conocimiento ideal para interpretar la realidad, ofreciéndonos su esencia. Como José Agustín Goytisolo, Francisco Caro encuentra el poema al bajar a la calle, al salir al campo, detiene su mirada en algún aspecto de ésta, atraído por una sensación de presencia de la que sería fácil dar noticia simple, pero la recrea y carga de sentido, controlando su patente del yo, un sujeto que trasmuta presentando un terreno de entendimiento entre poeta y lector, proponiendo una analogía sentimental de la que hablaba Julio Cortázar, que la poesía del poema (no solo el poema) puede evocar y reconstruir.
Su disposición anímica diaria, volcada con los comportamientos de quienes le rodean, le convierte en un hombre poético con privilegios en este locus poetarum. Hay momentos interiores, sin grandes escenas de desintegración moral, sí de una cierta angustia, de confinamiento y pregunta, pero no de huida trágica. Ofrece raudales de luz, cuya raíz podemos ver en el verso de Salvatore Quasimodo (“…mientras la luz, como una libélula / temblaba en las tibias lámparas.) que da título a un poemario suyo y a su celebérrimo blog.
Podríamos seguir en ecos de poesías y autores precedentes, pero llegaríamos a un nudo argumental que se desplaza de poeta a poeta; las palabras ajenas nos impresionan, resuenan dentro de nosotros y nos permiten encontrar nuevos motivos. Sí he de manifestarme en contra de un lugar común que él mismo dice en sus presentaciones: que ha llegado tarde a esto de la poesía. Con ello se refiere, claro está, que empezó a escribir… da igual cuándo, la cuestión es acceder, llegar, estar... Sería una proclama egotista decir que se ha llegado a la poesía, cuando sería la Poesía la que, en caso raro, nos acogiera. En esto de la poética hay quien está trabajando toda una vida de poeta haciendo versos y no logra acceder a la Poesía. No en el caso de Francisco Caro; no es que llegara tarde, él ya estaba y no sabía, al escribir, nos dimos cuenta… y lo celebramos.
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JOSÉ
ENRIQUE MARTÍNEZ Diario de León 14/01/2018
El temblor que ahora soy
El oficio del hombre que respira, Francisco Caro. Eolas, León, 2017
76 pp.
Con este libro consiguió
el premio González de Lama 2017 el poeta manchego Francisco Caro. El título
procede de una cita de otro poeta, Luis Feria: «A la caída de la tarde / amar
la vida largamente es todo / el oficio del hombre que respira». El diálogo con
otros poetas es una constante del poemario: con Borges, siempre a la espera de
sus palabras; con otro argentino, Juarroz, poeta de rigor extremado, que hizo
de la poesía una forma de pensamiento; con Aníbal Núñez, fallecido joven, pero
más crecido cada vez como poeta; con Antonio Colinas, a raíz de la lectura de
La tumba negra... El poeta Francisco Caro propone la vida como un viaje, bien
es verdad que anclado en lugares concretos, como Trieste, Reggio Calabria o
Copenhague. «Vivir es esto, / un viaje sin excusa», un viaje del que queda «el
polvo de la marcha», recuerdos, evocaciones...; un viaje sin meta precisa a lo que
parece: «Sigo en la mar todavía», porque tal vez no haya puerto de acogida. El
viaje es también hacia el amor. Aquí el diálogo es con el ser amado: «Nunca
existe lo oscuro / cuando existe / otro cuerpo ofreciéndose, me dijiste». Es el
amor un sentimiento profundo que marca no solo el vivir, sino también el propio
oficio de escribir: «Tu cuerpo fue leguaje, / en el leguaje hallé / mi única
vigilia».
Como se puede observar, el amor se conjuga en pasado y «no hay
retorno posible», salvo en las palabras. No es preciso decir que es un motivo
que incluye otros habituales y que el poeta resume como «el amor y sus restos»,
lo que ha dejado, lo que queda, ahora evocado en la palabra. Al fin, la lucha
del poeta se ejerce entre «lo fugaz y lo inmóvil», como se titula una sección.
El pasado, sea el del amor o no, implica la actividad de la memoria. Entre lo
que uno fue y «el temblor que ahora soy» se interpone el recuerdo elaborado en
los poemas. Esta elaboración es la escritura, objeto de continua indagación. Ya
el poema inicial ofrece la imagen de la oruga que horada tenazmente la corteza
del árbol, correlato de la labor del poeta que, calladamente, explora olvidos y
presentes.
En este sentido, uno de los
poemas más sugestivos es el titulado Desde
el ciprés, que poetiza una sencilla impresión: el poeta escribe al caer de
la tarde, al tiempo que los gorriones pían en el árbol. Quiere el poeta dar
forma a lo que ve y siente, dejar caer sus palabras para «que sepan del
milagro, / que en el papel escuchen/ un revuelo y un canto / como el que
escucho yo».
JOSÉ
LUIS MORANTE Blog 27/01/2018
CALLADO OFICIO
Poeta de vocación intensa y
publicación tardía, Francisco Caro (Piedrabuena, 1947) ha impulsado en la
última década un recorrido literario de más de diez títulos, de los
cuales Locus poetarum y El oficio del hombre que
respira son sus últimas estaciones.
Estamos ante una voz intimista
que conserva en su formulación un acento confesional y un estar subjetivo
frente a las pequeñas cosas de lo diario; la escritura se convierte en
autobiografía ética y fe de vida, como si el latido fugaz necesitase el refugio
callado del poema. Son las primeras sensaciones que habitan en los poemas
ganadores del Premio Antonio González de Lama, una convocatoria de amplia tradición
castellano-leonesa.
Francisco Caro recobra en las
citas iniciales algunas balizas que no son habituales en la amplia geografía
lírica actual; Luis Feria y César Simón, que aportan citas junto al verso
aforístico de Vicente Martín, parecen perdurar en un discreto espacio de la
biblioteca, lejos de la algarada celebratoria de la Generación del 50, que hoy
constituye el obligado referente especular para los más jóvenes.
La apertura integra en el verso el
marco de la naturaleza. Lejos del hombre disgregado de la sensibilidad urbana,
Francisco Caro siente el contexto del poema como un reflejo de la encendida
existencia rural, un espacio revitalizado por elementos aleatorios y expuestos
a la mirada. Así nace un verso reflexivo, cuajado de cicatrices temporales en
el callado oficio de vivir. Son paisajes pasajeros que habitan en las
composiciones para subrayar que el largo transito despliega a la vez intemperie
y refugio; el sujeto está vinculado a lo transitorio, es un rumor de pasos que
se pierde en bifurcaciones y hace de su senda un reto cognitivo. Y en ese
itinerario, el poeta guarda sitio para presencias tutelares que ayudan a dar
solidez al trazo personal; los nombres de Borges, Juarroz, Antonio Colinas o
Aníbal Núñez constituyen sustratos lectores que hacen de la escritura no una
mera crónica de una realidad evidente y transitoria sino una mirada al secreto
que guarda lo inefable. Así se va gestando la respuesta del afán que mueve la
propia voz, la persistencia de un callado oficio hecho de tedio, tiempo e
incertidumbre: “Entonces escribir, / tan solo entonces / desbrozar la espesura,
lo amagado, / conocer el adentro; / saber si vivo”.
Desde una contemplación implicada, el
poema recrea el desconcertante diálogo entre lo fugaz y lo inmóvil. En su
decurso se define la voluntad del sujeto por descubrir en el paisaje la
íntima belleza de lo diario, pero también la inadvertida erosión que conlleva
un estar pasajero, que va dejando en su discurrir un rastro de señales
ambiguas, propicio a la interrogación: “Miro el fuego, confundo / el acto de
quemar y el hecho de vivir, / el ruido de la lumbre y la memoria “.
JESÚS APARICIO
Página De Facebook 27/01/2018
Página De Facebook 27/01/2018
EL OFICIO DEL HOMBRE QUE RESPIRA de Francisco Caro
Premio Antonio González de Lama 2017
Ediciones Eolas 2017, 72 páginas
Premio Antonio González de Lama 2017
Ediciones Eolas 2017, 72 páginas
“A veces me confieso:/
el mundo es de los otros,/ yo espero lo inasible,/ los aires del consuelo,/ la
secreta/ belleza que contiene lo inexacto.” Hago míos estos versos del amigo,
del poeta, del maestro, Francisco Caro (Piedrabuena 1947). Es en esa espera,
son esos aires en donde la poesía nos encuentra para regalarnos el consuelo y
la belleza que nos hacen vivir; y luego el lenguaje, las palabras, nos ayudan a
dar noticia y sentido de nuestra humilde existencia, tal como asegura el poeta:
“…en el lenguaje hallé/ mi única vigilia, / mi última conciencia.
Francisco Caro es un escritor de
una trayectoria, tardía en su inicio, pero justamente reconocida por numerosos
premios en el panorama de la poesía española actual. Desde la publicación de Salvo de ti en el 2006 hasta este que
hoy comentamos son ya once títulos, en los que no me voy a detener pues ya se
han señalado en ocasiones anteriores, los que nos ha dejado.
“Lenta y oscuramente... excavo
olvidos y presentes,/ el sur de lo que fuimos.” nos dice en el poema prólogo
del libro, para darnos cuenta de ese camino que ha venido recorriendo y que
busca, reflexivamente, reconocer en los versos que con sencilla maestría va
escribiendo en estos años con el “…callado oficio/ del hombre que respira.
“De cada recorrido guardo/ el
polvo de la marcha,..” reconoce en este “viaje sin excusas” que es la vida en
el que “…es preciso sangrar,/ vivir no es sólo/ contemplar como el tiempo
palidece.” Porque Francisco Caro escribe para vivir pero después de haber
vivido; no puede, nadie puede, ser meramente un espectador en su caminar, sino
que ha de comprometerse con la propia vida, con la naturaleza, con el hombre
que es y con sus semejantes que precisan, como él en muchas ocasiones, ayuda y
consuelo. Por eso denuncia que “…escribir que se vive es un delito/ si se
escribe acodado/ sobre la borda y siendo/ solamente quietud ante el mismo
horizonte.”
Descubrir qué hay de verdad y mentira
en nuestro mundo, abandonar miedos e indecisiones, poner a trabajar nuestros
dones, luchar por esos deseos que nos dan la vida, “Entonces escribir,/ tan
sólo entonces/ desbrozar la espesura, lo amagado,/ conocer el adentro:/ saber
si vivo.”
Un patio interior y un mes de
agosto bastan para que Paco se solace en la Poesía y asegure que “…no dejaré/
que me cerque la costra del futuro”, se propone vivir escribiendo, y se dispone
a esperar el alivio de la palabra que cura. “Espero,/ y esperar es saberme/ entre
lo no acabado.” “…hasta lograr que para/ mi cuerpo sea/ merecido el amor.”
De Septiembre a Diciembre el
tiempo pasa fugaz y a la vez inmóvil, con voluntad siempre de goce y de luz
para escribir el instante, que es poco y todo, en su grandeza, lo que tenemos.
Es el momento en que “…habla conmigo el ángel/ muy despaciosamente, el ángel
turbio/ de la melancolía.” “Por el sur de diciembre” acaba el poeta mirando con
detenimiento y serenidad el fuego, donde confunde “el acto de quemar y el hecho
de vivir, el ruido de la lumbre y la memoria.” Memoria que da cuenta y razón de
aquello que escribiera, memoria de la llama que alimentó el amor.
Vivimos, entre otras cosas, para
leer y merecer la poesía de Francisco Caro. En cada relectura de este poemario
se queda con nosotros y nos hace un poquito más sabios, más felices. Y con él
soñamos también nosotros ser poetas.
Os dejo con dos hermosos poemas
del libro:
Por qué asustarse tanto
El poema que escribes
te separa del mundo
-me dijo Diego
Jesús- ,borra tus huellas,
es canción para nunca.
te separa del mundo
-me dijo Diego
Jesús- ,borra tus huellas,
es canción para nunca.
Así suenan,
Así
son mis palabras,
igual que mordeduras
de insectos en el mármol.
Así
son mis palabras,
igual que mordeduras
de insectos en el mármol.
29 de Agosto
El cactus que tan breve
estuvo florecido,
los dos geranios ángeles
que saben mi extrañeza
y las salvias humildes,
las que lloran,
vienen a mí, me hablan.
estuvo florecido,
los dos geranios ángeles
que saben mi extrañeza
y las salvias humildes,
las que lloran,
vienen a mí, me hablan.
Quédate con nosotros,
dicen,
tal vez aquí consigas
olvidar el futuro, lo tramado,
dejar de ser quien huye,
ser tú sin ti.
dicen,
tal vez aquí consigas
olvidar el futuro, lo tramado,
dejar de ser quien huye,
ser tú sin ti.
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SANTOS DOMÍNGUEZ RAMOS Página De Facebook 28/01/2018
Desde el ciprés
El sol cede y escribo.
Desde la mesa he visto
en tropel, diminutos,
acudir los gorriones
al árbol donde guardan,
cómplices del instante,
de la luz como rito,
el cansancio del día
no impide su canción.
Va la tarde al secreto
y yo mientras escribo.
Con el lápiz pretendo
dibujar en la hoja
donde crece el poema
el amparo, la forma,
la sombra del ciprés.
No deseo añadir
oscuro a las palabras
que acudieron, pequeñas,
para salvarme sino
que sepan del milagro,
que en el papel escuchen
un revuelo y un canto
como el que escucho yo.
El sol cede y escribo.
Desde la mesa he visto
en tropel, diminutos,
acudir los gorriones
al árbol donde guardan,
cómplices del instante,
de la luz como rito,
el cansancio del día
no impide su canción.
Va la tarde al secreto
y yo mientras escribo.
Con el lápiz pretendo
dibujar en la hoja
donde crece el poema
el amparo, la forma,
la sombra del ciprés.
No deseo añadir
oscuro a las palabras
que acudieron, pequeñas,
para salvarme sino
que sepan del milagro,
que en el papel escuchen
un revuelo y un canto
como el que escucho yo.
Este espléndido poema de
Francisco Caro forma parte de El oficio del hombre que respira,
Premio González de Lama 2017, que publica Eolas Ediciones.
Poesía de la meditación y de la
mirada en la que conviven la elegía y la celebración, la memoria y la
naturaleza, el paisaje exterior y las galerías del alma, el amor y el paso del
tiempo encauzados en la palabra cercana y medida del poeta, en versos en los
que vibra siempre el temblor de una emoción verdadera.
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JUAN ROJO ALMAGRO Blog / domingo,
4 / febrero / 2018
Un poema de
'El oficio del hombre que respira'
Antes de quitarse el abrigo don Juan deja un libro en la
mesa. El gesto significa dos cosas: que hablaremos de él, que deberíamos
leerlo. Mientras sirven los cafés y las copas, le echo un vistazo: el último
libro de Francisco Caro; premio
Antonio González de Lama 2017, dice la faja; en la cubierta, la foto anochecida
o crepuscular de un patio umbrío, patio en agosto, o
sea, hortus conclusus, acaso también locus amœnus del
poeta. A Francisco Caro lo conocemos. A González de Lama no tanto. Don Juan explica:
—Fue un cura leonés; fundó —con Eugenio de Nora,
Victoriano Crémer y algunos más— la revista Espadaña, que durante
unos cuantos años de la posguerra se erigió en altavoz de cierta poesía social,
desarraigada, disidente y opuesta a los melifluos trinos del garcilasismo oficial.
El premio lo concede el ayuntamiento de León.
—¿Qué nos dice del libro?
—Los escritores que nos gustan son amigos a los que vemos
de tarde en tarde, con ocasión de cada nuevo libro. Del encuentro esperamos,
por un lado, confirmar las cualidades en que se cimienta nuestra predilección
hacia ellos; por otro, verlas actualizadas y mejoradas en las novedades que nos
traigan. En este libro hallamos la poesía del Francisco Caro que conocíamos
—asuntos, tono, estilo, y aun estilemas—, plenamente maduro y firme
en el manejo de un lenguaje característico e inconfundible, pero la hallamos
materializada en poco más de treinta poemas exquisitos que no conocíamos: un
placer.
—¿De qué trata?
—De asuntos esenciales para un poeta: la vida y la
escritura. La vida como viaje perecedero e irreversible del que no se sale
indemne; velocísima unas veces, remansada otras; feliz y dolorosa; refugio e
intemperie; ocasión del amor y siempre amada. La escritura como elemento
esencial de la vida, vida ella misma; es decir, mucho más que fe de
vida. El libro es así elegíaco y celebratorio a la vez, epicúreo y
senequista: me ha recordado a ratos a César Simón, aunque menos áspero, sobre
todo en el tratamiento del paisaje.
—No está mal.
—Está muy bien. Pero no quería yo hablarles del libro,
que eso ya lo han hecho personas más capacitadas sino de un solo poema del
libro: Barroco de lo escrito se titula.
—¿Tiene algo de particular?
—Enseña muy bien la maestría del autor: nos da dos poemas
en uno.
—¿Cómo es eso?
—Se trata de un soneto excelente —perfecto, de no
ser por un mínimo caliche en la rima de los tercetos— que aparece vestido,
¡no disfrazado!, de poema en verso libre. Aunque ambos poemas sean literalmente
idénticos y su significado inmediato coincida, son dos poemas distintos que suscitan
emociones distintas: el que encuentran los ojos del lector en las páginas 28 y
29 de libro; y el que va naciendo en su memoria —todo poema encuentra sentido y
valor gracias al recuerdo de otros, al diálogo con otros en la memoria del
lector— a medida que las palabras del poema se encajan en la estructura
mental llamada soneto que cualquier amante de la poesía tiene
largamente interiorizada.
—Qué complicación.
—Nadie sabe muy bien qué es la poesía, pero todo el mundo
sabe que la poesía brota exclusivamente del poema; también se sabe que el poema
es un artefacto literario nacido del talento, el arte y la técnica del poeta:
por eso podemos distinguir sin demasiada dificultad entre poemas buenos y
malos. Aquí hay complicación, por supuesto; o sea, artificio a favor de la
poesía: la operación mental por la cual el poema leído en verso libre se
trasiega al exquisito e inmisericorde recipiente del soneto multiplica en el
lector el gozo de la poesía.
—¿Cómo lo hace?
—El soneto es lecho de Procusto, molde rígido; el poema
en verso libre concede libertades. Partiendo del soneto —y contando con que el
lector lo rehaga mientras lee—, el verso libre permite jugar
con esticomitias y encabalgamientos, aislar o enlazar conceptos, resaltar o
velar, pero no al tuntún: por eso el poema que leemos conserva cuatro estrofas,
apenas se permite versos con un número par de sílabas, maneja sabiamente los
signos de puntuación…
Don Juan, ante las caras de algunos, abrevia:
—¿Han leído ustedes Molino en Checa? Pues, para entendernos, el agua es la poesía: puede igualmente habitar libre en
el riachuelo o domesticada en el caz.
—¿El artificio este es un invento de Caro?
—El molino hidráulico y el soneto son inventos antiguos
—dice don Juan irónico—. El procedimiento se había usado antes, sí: el propio
Caro, aunque con décimas, en Locus poetarum, por ejemplo. Pero yo no
había visto nunca tanta destreza ni tanta precisión. Caro es un poeta bien
grande.
Si don Juan lo dice, no hay que dudarlo.
(Francisco
Caro. El oficio del hombre que respira. Eolas Ediciones. León.
2017. Diez euros)
___________________
MANUEL LÓPEZ AZORÍN
en su blog 06/02/2018
Francisco Caro: El oficio del hombre que respira
Francisco Caro (Piedrabuena, Ciudad
Real, 1947.) El oficio del hombre que respira, Premio Antonio
González de Lama, publicado por Eola Ediciones. León, 2017, es el último
libro de este profesor de Historia que nos viene
ofreciendo una poesía sugerente, intimista y meditativa, una poesía de memoria
y de naturaleza, de paisaje interior y exterior, una poesía de amor
y de tiempo,(un tiempo que pasa fugaz y a la vez inmóvil), una
poesía con palabras cercanas, cotidianas, palabras de diario, sin
algaradas, palabras en las que por su sencillez, su pequeñez, contienen las
más vibrantes emociones, una poesía que alumbra la luz del tiempo,
la luz de la poesía de verdad. El título procede de una cita del poeta Luis
Feria: A la caída de la tarde / amar la vida largamente es todo / el
oficio del hombre que respira. Y ya en esta cita podemos
ver que lo cotidiano de la vida y su lenguaje, sus
palabras, son el verdadero oficio de amar, de recordar, de escribir (y
hacerlo en verso blanco con medida y con ritmo, destilando emoción,
disfrazando alguna estrofa clásica…), y de vivir.
Y este libro va de todo eso: del amor y sus antónimos, de
los días sucedidos y de los recuerdos, del valor del
lenguaje, de la importancia de la raíz y de los oficios del diario vivir. Ese
vivir de las pequeñas cosas en la que la escritura se vuelve vida
trastocada, memoria viva, que envuelta en la palabra que
conforma el poema se convierte en el abrazo callado del oficio de
escribir, del oficio de vivir. La naturaleza se integra en el verso, en el poema
que nos habla de lo rural y no de lo urbano. Francisco Caro siente el
poema como un reflejo de la encendida existencia rural, en la que la luz y la
sombra envuelven el tiempo y la vida que es a la vez que amor,
desamparo, a la vez que refugio y casa y patio, campo abierto, sin horizonte.
Y en ese transcurrir de la vida y la memoria, entre aquellas
palabras del agua ya bebida, leída, sentida, surgen las fuentes que calmaron la
sed en otros tiempos y si el título es un préstamo del poeta Luis Feria,
los referentes, poetas como los argentinos Borges y Juarroz, el
leonés Antonio Colinas o el salmantino Aníbal Núñez, son ahora,
en este libro, parte de las aguas que el poeta bebiera buscando en sus lecturas
encontrar lo invisible en lo visible. Buscando en su escritura, en ese oficio
de escribir la vida con sus luces de amor y sus sombras de desconcierto Entonces
escribir, / tan solo entonces / desbrozar la espesura, lo amagado, / conocer el
adentro; / saber si vivo. Y dialogar con la fugacidad del tiempo y
contemplar la hermosa belleza de lo cotidiano y abrazarse a la memoria y al
paisaje y al amor y comprobar la erosión de los recuerdos y
preguntarse “Miro el fuego, confundo / el acto de quemar y el hecho
de vivir, / el ruido de la lumbre y la memoria “.
Y el poeta nos muestra la vida como un viaje de precisos
lugares, Copenhague, Reggio Calabria, Trieste, para decirnos: Vivir es esto, /
un viaje sin excusa,/ un reto de distancias, nunca quise/ ser transeúnte roto
en sus caminos. Un viaje donde dialoga con el amor, con lo pasado, lo sucedido,
donde la memoria nos acerca la vida ya vivida. Y en este viaje de lo vivido
queda en la materia de los sueños la evocación de un tiempo que al escribirlo
se torna elegía y celebración.
Lenta / y oscuramente trama, dice ///esa oruga que orada /
la voluntad del olmo que la aloja / y con sosiego roe / la desnudez del árbol
(…) Como callado oficio / del hombre que por mi respira / así me escribo. Y en este
oficio de escribir que nos ofrece Francisco Caro, excava olvidos y presentes
mientras agosto se derrama y él contempla, al caer la tarde, quizá en su
patio interior de Piedrabuena, el piar de los gorriones en un ciprés. Es
entonces que a través de esta imagen nos deja escritas sus palabras
en el papel, con este hermosísimo poema que incluyo abajo, para que
sepamos el milagro de su existir, para que escuchemos su revuelo y
su canto tal y como lo ha percibido el poeta. Para darnos a la
reflexión, a la meditación mientras. Va la tarde al secreto y él (vive)
escribe.
Desde el ciprés
El sol cede y escribo.
Desde la mesa he visto
en tropel, diminutos,
acudir los gorriones
al árbol donde guardan,
cómplices del instante,
de la luz como rito,
el cansancio del día
no impide su canción.
Va la tarde al secreto
y yo mientras escribo.
Con el lápiz pretendo
dibujar en la hoja
donde crece el poema
el amparo, la forma,
la sombra del ciprés.
No deseo añadir
oscuro a las palabras
que acudieron, pequeñas,
para salvarme sino
que sepan del milagro,
que en el papel escuchen
un revuelo y un canto
como el que escucho yo.
El sol cede y escribo.
Desde la mesa he visto
en tropel, diminutos,
acudir los gorriones
al árbol donde guardan,
cómplices del instante,
de la luz como rito,
el cansancio del día
no impide su canción.
Va la tarde al secreto
y yo mientras escribo.
Con el lápiz pretendo
dibujar en la hoja
donde crece el poema
el amparo, la forma,
la sombra del ciprés.
No deseo añadir
oscuro a las palabras
que acudieron, pequeñas,
para salvarme sino
que sepan del milagro,
que en el papel escuchen
un revuelo y un canto
como el que escucho yo.
Y es en esa reflexión, donde la poesía se nos acerca para
ofrecernos su luz y su consuelo con un lenguaje sin oscuridad que da
sentido al hecho de vivir, y de escribir. Un patio interior y un mes de
agosto en su pueblo natal le sirven al poeta para decirnos que
no va a dejar que le cerque la costra del futuro, él quiere
seguir vivo y vivir escribiendo hasta lograr que para/ mi cuerpo sea/ merecido
el amor. Escribir, y vivir, porque escribir es saberse. y esperar es
saberme/ entre lo no acabado.
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MARIANTONIA RICAS Sábado, 10 de marzo de 2018
ABC Artes&Letras Castilla-La Mancha
El oficio de
Francisco Caro
Después de leer el libro de poemas «El oficio del hombre que
respira» comprendes que dicho texto haya sido ganador del premio «Antonio
González de Lama». De Francisco Caro (Piedrabuena, 1947), su autor, habías
leído «Plural de sed» y «Locus poetarum» pero, en este galardonado, el poeta
consigue la excelencia de la pulidez, el dejar el verso como un guante ajustado
perfectamente al concepto. Pocas veces te has encontrado con un libro donde se
cuiden tanto los poemas, donde la transgresión en la sintaxis, por ejemplo,
esté tan meditada, o tan escogida la metáfora.
«El oficio del hombre que
respira» presenta poemas agrupados en tres partes que muestran la madurez de
quien, al fin, ha perdonado al mundo y a sí mismo; poemas que refieren al
hombre que respira entre la
melancolía de la renuncia y cierto hedonismo íntimo y natural; pasajes que
hablan de la punzada de vivir aunque, también, del delicioso pellizco del amor cuando es
correspondido, o de la flecha a ninguna parte que representa la negación de ese
amor. En realidad, el libro tampoco se diferencia tanto de los otros leídos de
Caro. Te refieres a la temática, que se resume en la entrega y la pérdida, y,
sobre todo, en el placer de disfrutar con las cosas sencillas.
¿Y los títulos? Son magníficos,
originales, tan cuidados que seducen para no resistirse a la lectura de los
textos que despliegan. Los compararías con perfiles
plásticos que preceden al cuerpo del poema; más que ilustraciones escritas, imágenes completas o aforismos convertidos
en títulos.
Francisco Caro alcanza tanto la
exquisitez como la profundidad. Cómo te ha gustado descubrir el tiempo que el
artista ha necesitado en la paciente minuciosidad para elegir una palabra y no
otra, un silencio en vez de una repetición. Así, podrías elegir cualquier
fragmento… pues bien, quédate con estos versos: Miro la tarde, / alta y sol, y los veo/ pasar indiferentes, / en voz
baja pronuncio: / Ni siquiera los pájaros/ sospechan el secreto.
CARLOS ALCORTA en su blog 26/03/2018
FRANCISCO CARO. EL
OFICIO DEL HOMBRE QUE RESPIRA. PREMIO ANTONIO GONZÁLEZ DE LAMA, 2017. EOLAS
EDICIONES.
Aunque
comenzó a publicar a una edad tardía —no así a escribir— Francisco Caro
(Piedrabuena, 1947) ha publicado en poco tiempo, desde el año en el que
apareció su primer libro, Salvo de ti (2006)
un buen número de poemarios, no menos de diez, lo que, haciendo cuentas, supone
aproximadamente un libro por año. No es mala cosecha, sobre todo si añadimos a
esto que un porcentaje elevado de dichos libros han obtenido importantes
galardones, como el Leonor, el José Hierro o el Juan Alcaide, además del
González de Lama con este Oficio del hombre que respira (título
extraído de un verso del poeta canario Luis Feria). Podemos preguntarnos, ¿a
qué debe esta prodigalidad? Se me antoja que la respuesta no es complicada. La
voz de Caro, dormida, aletargada, renuente durante muchos años, ha encontrado
un cauce de expresión acorde con sus intenciones, por lo que ahora fluye sin
trabas y no debe resultarle especialmente arduo ordenar sus pensamientos, sus
experiencias y conferir a ambos una forma poética, una forma en la que, por
otra parte, está indagando permanentemente a través de la propia escritura,
acaso porque, como escribe en el poema titulado «Han de cambiar las cosas», «en
el lenguaje hallé / mi única vigilia, / mi última conciencia». El lenguaje
parece ser, efectivamente, la herramienta a través de la cual el poeta
construye su identidad, se comprende a sí mismo y la realidad en la que habita:
el lenguaje se enfrenta al paso del tiempo porque restituye fragmentos del
pasado, reinventa ciudades y cuerpos, reasigna emociones vitales en el
escalafón de la memoria, pero Francisco Caro no peca de inocencia, es
consciente de la trampa que ocultan las palabras («Sospecho que vivir / tal vez
no esté vedado, pero tengo conmigo / que escribir que se vive es un delito / si
se escribe acodado / sobre la borda y siendo / solamente quietud ante el mismo
horizonte»), por esa razón, a la hora de elegir entre poesía y vida (una
dicotomía ciertamente perversa) siempre se inclina por la vida. Pero como cómo
dejar constancia del gozo, de la pasión, del enamoramiento, de la vida sino en
ella, con ella, gracias a ella. El oficio del hombre que
respira está dividido en tres secciones y es en la primera de
ellas, «Del sur en la escritura» en la que el afán metapoético es más evidente,
pero en la segunda, «Patio en agosto», Francisco Caro rememora el comienzo del
oficio, el momento en el que los primeros poemas comenzaron a tomar forma. El
patio se convierte en símbolo del universo. En él ocurre todo, amistades,
juegos, pugnas, temores, hasta la proximidad de los sueños se vuelve más
física.
«Lo
fugaz y lo inmóvil» se titula la tercera sección. Dos palabras contrapuestas
que describen la poética de Caro. Lo fugaz: el tiempo, la vida y lo inmóvil: la
escritura como intento —claramente insuficiente— de retener la experiencia, una
escritura fluida, con un ritmo envolvente, con un lenguaje cotidiano que facilita
la comprensión de la trama, sin aparatosas metáforas, un lenguaje
conscientemente objetivo que Francisco Caro justifica con estos versos: «No
deseo añadir / oscuro a las palabras / que acudieron, pequeñas, / para salvarme
sino / que sepan del milagro, / que en el papel escuchen / un revuelo y un
canto / como el que escucho yo».
RAFAEL
ESCOBAR en Faceboock 02/04/2018
Desde el primer verso, tengo la sensación de que en
este nuevo libro de Francisco Caro vida
y escritura aparecen hermanadas casi como sinónimo de “lentitud”.
Una morosidad que es un posicionamiento ético en los
márgenes para estar a salvo de ambiciones y otros ruidos vacíos, para
experimentar una aguda sensación de recogimiento íntimo, de delectación pausada
de las gratificaciones vitales de la soledad y lo meditativo (así en excelentes
poemas como “Donde septiembre acecha” y “Dentro de la palabra otoño”).
Vida lenta en que el placer es más auténtico porque se
deletrea paulatinamente y así es más ancha la reverberación que queda cuando ya
se ha extinguido, amenazado siempre por la conciencia elegíaca que acecha al
poeta. (Hablar de hedonismo es del todo pertinente en la poesía de Francisco
Caro, por eso nunca lo consideré un ascético, porque tiene limpieza expresiva y
serenidad pero ningún tipo de reserva preventiva hacia el placer, porque su
humildad está siempre más cercana a la audacia que al miedo).
Vida lenta que es también “acción”, ganas de
experimentar en su plena literalidad lo que luego pueda ser sustancia del
poema. Por ello el deseo de desvelar el sentido de la escritura frente a la
apariencia o su urgencia como testimonio de lo que desaparece no evitan cierto
temor a que el poema no sea más que un sucedáneo, un holograma que malogra lo
vivo antes que representarlo, tal y como le avisó un gran maestro (El poema que
escribes/te separa del mundo/- me dijo Diego/Jesús- borra tus huellas,/es
canción para nunca./Así suenan/ así/son mis palabras,/igual que mordeduras/de
insectos en el mármol.
Vida lenta que nunca es vida mínima o inofensiva.
Porque la anécdota sobre el tiempo que somos basta para que cada uno de
nosotros sea una sucesión de identidades y hasta podamos realizar una
modificación significativa sobre la permeabilidad de un mundo dispuesto a ser,
siquiera por un instante, semejante a nosotros. Y así lo creo yo también.
Porque si no creo en lo que me dicen Francisco Caro y Roberto Juarroz ya no
tengo legitimidad para ningún tipo de fe.
LECTURA DE JUARROZ
Miramos otra luz,
cada vez que miramos, dice
cada vez que respondo, dice
que giro la mirada, el esqueleto, dice
que escribo con un lápiz
las sílabas de extraño, dice
Juarroz que yo he cambiado para siempre
y alterado el paisaje que camino,
que ya son otros
mis días sobre el mundo tarareando el miedo
que así mi voz, que mi mirada, dice
transforman cuanto hallamos,
que el horizonte
jamás regresará de sus perfiles rotos.
cada vez que miramos, dice
cada vez que respondo, dice
que giro la mirada, el esqueleto, dice
que escribo con un lápiz
las sílabas de extraño, dice
Juarroz que yo he cambiado para siempre
y alterado el paisaje que camino,
que ya son otros
mis días sobre el mundo tarareando el miedo
que así mi voz, que mi mirada, dice
transforman cuanto hallamos,
que el horizonte
jamás regresará de sus perfiles rotos.
Me aturde su intuición,
lo que supone
de verdad añadida a cada canto:
yo nunca sospeché
que la voz, al decirse, contuviera
tanta capacidad para el disturbio
de todo cuanto
suponíamos ajeno.
lo que supone
de verdad añadida a cada canto:
yo nunca sospeché
que la voz, al decirse, contuviera
tanta capacidad para el disturbio
de todo cuanto
suponíamos ajeno.
Vigila el mundo y se remueve
mi corazón que ahora conoce
y se descubre cauce
inquieto en la escritura,
y laberinto
y
otro.
___________________________________
mi corazón que ahora conoce
y se descubre cauce
inquieto en la escritura,
y laberinto
y
otro.
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NATIVIDAD CEPEDA VARIOS MEDIOS
Ha llegado el final de septiembre con esa calma suya de calor
o tormenta. Ha llegado y ahora hay que despedirlo con el sabor agraz de las
uvas tan escasas de grado y el miedo, de que la mucha cosecha no valga lo que
para conseguirlo se invirtió en el viñedo. Las últimas bocanadas del verano son
como poemas que acarician el alma en esa huida de reposo de la fascinación de
la naturaleza y de la pasión por los poetas. Y leo, leo sin medida ni norma
porque en la lectura encuentro mi camino y me detengo hoy en ese poema del
libro “El oficio de hombre que respira” de Francisco Caro, Premio Antonio
González Lama 2017: un libro de poemas que yo leo muy despacio porque mi anhelo
es divisar el anhelo del poeta cuando viaja a su emoción y crea ese pensamiento
transformado en un poema. Para mí, ignorante en esa sabiduría que refleje la
crítica de un libro, es primordial detenerme en sus páginas, cuando el libro es
un poemario, porque leerlo de corrido, para mí, es cometer un sacrilegio sobre
ese edificio sagrado de papel que es un libro de poemas.
Anoche había luna llena y al andar por las calles comprobé que nadie la miraba. Anoche cuando el silencio se atenuó y por la calle ya no pasaban los tractores con sus cargas de uvas, empecé a leer…
”Dice el reloj las ocho/ con voluntad de goce y una luz/ leve roza mi piel, me invita. /¿ Qué he de pedir al tiempo?/ le pregunto a un paisaje/ de cañas y de bronces ya segados,/ el que mide mis horas./ Por el atardecer camino, paso/ repensando septiembre,/ repensándome, veo/ cómo me observan, silenciosos,/ los mirlos en las tapias/ mudas, de pardo adobe/ nada dice el espliego ni la higuera/ el extenso amarillo/ no pronuncia mi nombre, todo/ en el alrededor me muestra su distancia,/ todo es quieto/ bochorno en ruinas, el severo/ real donde combaten lo fugaz y lo inmóvil./ Tal vez algo/ debería romper el rigor del silencio/ y hablar, y hablarme en este íntimo/ crepúsculo de jaras y de cuarzos/ que me contempla/ y ni siquiera el aire, por temor al futuro,/ responde a mi pregunta/ mas contra todo ganas/ de escribir este instante, y me confieso: no sé si plenitud o si vacío.”
Entre el ropaje de la noche los versos me parecieron intensos. Por encima del ventanal la tierra en su girar me dejaba ver la luna penetrando el negro de la noche con su respirar de aire noctambulo tan suave que no silbaba por las ramas de los árboles continúe leyendo el siguiente poema; “La visita del ángel” “Ahora que es octubre/ y su provocación/ ahora que se amagan y tiñen por costumbre/ de abandono las voces,/ y el calor, ya sin fuerza,/ va llenando de huecos cuanto amamos”…
Seguí leyendo y entre el murmullo de la noche hice míos los veros del poema. El aire y la escritura los ruidos de la casa que cruje en el silencio traían en su envoltura el estremecido eco de un poeta, allí, encerrado en la libertad de un libro.
Un libro estructurado en tres partes, la primera llamada “Del sur en la escritura” contiene quince poemas. La segunda llamada “Patio en agosto” contiene doce poemas. Y la tercera llamada “Lo fugaz y lo inmóvil” contiene cinco poemas. Antes, al abrir el libro El título, “El oficio del hombre que respira”. El premio conseguido y EOLAS ediciones. Se pasa la página y hay tres citas escogidas por Francisco Caro, con las que el poeta nos indica el caminar por el qué él, ha seguido y, los poetas que le cuestionan y admira. La primera cita es del poeta canario Luis Feria, de donde el libro coge su título. La segunda cita es del poeta valenciano Cesar Simón, y la tercera cita es del poeta abulense Vicente Martín: tres poetas desaparecidos físicamente a los que la muerte no ha apagado sus voces, por eso Francisco Caro traza el sendero de su libro con sus citas. Después el encuentro con el libro, con el poeta, con el hombre, con la persona que escribe su prédica poética con su alfabeto materno. En un primer poema sin título, que nos indica el tránsito por el que discurrirá el lector. Por donde avistará los espacios del alma que gracias a la imprenta nos une a su autor. Y leo; se lee.
“Lenta/ y oscuramente trama, dice/ esa oruga que horada/ la voluntad del olmo que la aloja/ y con sosiego roe/ la desnudez del árbol/ oculta y libre/ bajo el rugoso/ edificio que ofrece la corteza/ lejos del vocerío, de la luz y los otros…”
Solitaria y eterna es la soledad del Ser Humano, junto al ansia infinita de la imaginación, hacia donde nos lleva ese universo que nos hace soñar y preguntarnos a dónde vamos, también en los poemas. Sí. “El oficio del hombre que respira” es un libro filosófico con la descripción de un poeta; nos adentra en su impulso y en su retina lunar. Esa luz que nos invade, la del firmamento, que ahora apenas si vemos, por la luminosidad de las ciudades, pero que nos invade el alma y, es la que describe página a página en este libro.
No he desgranado los poemas ni los he estudiado a la manera que se escribe sobre un libro, porque me he cansado de que los libros de poemas no se lean. Este pequeño apunte es un intermedio para invitar a hojearlo y a pararse en algunos de sus poemas; sin prisa, para ver y comprender todo lo que se ofrece al lector. Así se cierra el libro y en la contraportada Francisco Caro, escoge seis versos del penúltimo poema de la tercera parte, “Miro el fuego”
“Nunca sé si pretendo/ o no escribirme, / ¿qué tristeza me urge?/ Miro el fuego, confundo/ el acto de quemar y el hecho de vivir, / el ruido de la lumbre y la memoria”
El instante integrador de lo vivido con la mítica imagen del fuego: la luz de la razón que se libera al ir reconstruyendo tantas secuencias de la vida. Respirar y vivir Francisco Caro, es escuchar la voz de tu destino.
Natividad Cepeda
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MANUEL CORTIJO RODRÍGUEZ
Anoche había luna llena y al andar por las calles comprobé que nadie la miraba. Anoche cuando el silencio se atenuó y por la calle ya no pasaban los tractores con sus cargas de uvas, empecé a leer…
”Dice el reloj las ocho/ con voluntad de goce y una luz/ leve roza mi piel, me invita. /¿ Qué he de pedir al tiempo?/ le pregunto a un paisaje/ de cañas y de bronces ya segados,/ el que mide mis horas./ Por el atardecer camino, paso/ repensando septiembre,/ repensándome, veo/ cómo me observan, silenciosos,/ los mirlos en las tapias/ mudas, de pardo adobe/ nada dice el espliego ni la higuera/ el extenso amarillo/ no pronuncia mi nombre, todo/ en el alrededor me muestra su distancia,/ todo es quieto/ bochorno en ruinas, el severo/ real donde combaten lo fugaz y lo inmóvil./ Tal vez algo/ debería romper el rigor del silencio/ y hablar, y hablarme en este íntimo/ crepúsculo de jaras y de cuarzos/ que me contempla/ y ni siquiera el aire, por temor al futuro,/ responde a mi pregunta/ mas contra todo ganas/ de escribir este instante, y me confieso: no sé si plenitud o si vacío.”
Entre el ropaje de la noche los versos me parecieron intensos. Por encima del ventanal la tierra en su girar me dejaba ver la luna penetrando el negro de la noche con su respirar de aire noctambulo tan suave que no silbaba por las ramas de los árboles continúe leyendo el siguiente poema; “La visita del ángel” “Ahora que es octubre/ y su provocación/ ahora que se amagan y tiñen por costumbre/ de abandono las voces,/ y el calor, ya sin fuerza,/ va llenando de huecos cuanto amamos”…
Seguí leyendo y entre el murmullo de la noche hice míos los veros del poema. El aire y la escritura los ruidos de la casa que cruje en el silencio traían en su envoltura el estremecido eco de un poeta, allí, encerrado en la libertad de un libro.
Un libro estructurado en tres partes, la primera llamada “Del sur en la escritura” contiene quince poemas. La segunda llamada “Patio en agosto” contiene doce poemas. Y la tercera llamada “Lo fugaz y lo inmóvil” contiene cinco poemas. Antes, al abrir el libro El título, “El oficio del hombre que respira”. El premio conseguido y EOLAS ediciones. Se pasa la página y hay tres citas escogidas por Francisco Caro, con las que el poeta nos indica el caminar por el qué él, ha seguido y, los poetas que le cuestionan y admira. La primera cita es del poeta canario Luis Feria, de donde el libro coge su título. La segunda cita es del poeta valenciano Cesar Simón, y la tercera cita es del poeta abulense Vicente Martín: tres poetas desaparecidos físicamente a los que la muerte no ha apagado sus voces, por eso Francisco Caro traza el sendero de su libro con sus citas. Después el encuentro con el libro, con el poeta, con el hombre, con la persona que escribe su prédica poética con su alfabeto materno. En un primer poema sin título, que nos indica el tránsito por el que discurrirá el lector. Por donde avistará los espacios del alma que gracias a la imprenta nos une a su autor. Y leo; se lee.
“Lenta/ y oscuramente trama, dice/ esa oruga que horada/ la voluntad del olmo que la aloja/ y con sosiego roe/ la desnudez del árbol/ oculta y libre/ bajo el rugoso/ edificio que ofrece la corteza/ lejos del vocerío, de la luz y los otros…”
Solitaria y eterna es la soledad del Ser Humano, junto al ansia infinita de la imaginación, hacia donde nos lleva ese universo que nos hace soñar y preguntarnos a dónde vamos, también en los poemas. Sí. “El oficio del hombre que respira” es un libro filosófico con la descripción de un poeta; nos adentra en su impulso y en su retina lunar. Esa luz que nos invade, la del firmamento, que ahora apenas si vemos, por la luminosidad de las ciudades, pero que nos invade el alma y, es la que describe página a página en este libro.
No he desgranado los poemas ni los he estudiado a la manera que se escribe sobre un libro, porque me he cansado de que los libros de poemas no se lean. Este pequeño apunte es un intermedio para invitar a hojearlo y a pararse en algunos de sus poemas; sin prisa, para ver y comprender todo lo que se ofrece al lector. Así se cierra el libro y en la contraportada Francisco Caro, escoge seis versos del penúltimo poema de la tercera parte, “Miro el fuego”
“Nunca sé si pretendo/ o no escribirme, / ¿qué tristeza me urge?/ Miro el fuego, confundo/ el acto de quemar y el hecho de vivir, / el ruido de la lumbre y la memoria”
El instante integrador de lo vivido con la mítica imagen del fuego: la luz de la razón que se libera al ir reconstruyendo tantas secuencias de la vida. Respirar y vivir Francisco Caro, es escuchar la voz de tu destino.
Natividad Cepeda
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MANUEL CORTIJO RODRÍGUEZ
EN LA REVISTA "LA HOJA AZUL EN BLANCO" 2018
Desde Salvo de ti, 2006, su
primer libro publicado, hasta El oficio
del hombre que respira, 2017, Francisco Caro, Piedrabuena, (Ciudad Real)
1947, ha insistido en su actitud lírica, en un laboreo pertinaz, con resultados
luminosos, hasta izar una obra poética de extraordinaria solidez. Entre una
entrega y otra, según nuestro recuento, han quedado diez libros merecedores de
reconocimientos tales como los premios Juan Alcaide, José Hierro, Ateneo
Jovellanos, Leonor y este Antonio González De Lama, que ahora nos ocupa.
En El oficio del hombre que
respira, título prestado de un verso del poeta tinerfeño Luis Feria, queda
patente el compromiso, la exigentísima actitud poética, la virtualidad de la
experiencia y el alto poder de inspiración con que eleva Caro su voz hasta las
cimas deslumbrantes de la iluminación y la plenitud emotiva. Y es así, en esta
actitud sin deslindes visibles ni rupturas, donde se articulan los treinta y
dos poemas, precedidos de un poema prólogo, como arranque proemial, de que
consta la entrega, seccionada en tres partes denominadas «Del sur en la
escritura», «Patio en agosto» y «Lo fugaz y lo inmóvil».
No espera mucho el poeta ni hace esperar a
nadie. Ya en el poema prólogo antedicho, deja al descubierto el impulso
fundador de la experiencia, de la vivencia como inversión del sentimiento y los
fervores que acaban, «como oruga del tiempo que aguardase», por ser revelación.
Aporta el poeta, ya de inicio, sus razones de ser y estar ante la actitud
lírica del propio constructor apasionado: «Como callado oficio/ del hombre que
por mí respira/ así me escribo».
Poeta de largo recorrido, Francisco Caro
campa en este título por las jugosas claridades del día, por las luces
vivificadoras del significado de sus poemas para llegar más lejos cada vez que
decide distancias («un reto de distancias») para escribir la vida como quien ha
conocido ya «el polvo de la marcha,/ el sol con que se guían los audaces»; o
bien en vecindad y sin «recelo», se dejó acompañar y fue testigo «de veranos
con nieve,/ de crepúsculos pálidos…». Así esperando a Borges, pero también a
tantos otros poetas de verdad (Roberto Juarroz, Aníbal Núñez, Antonio Colinas,
Ausiàs March) «en las noches de tregua y estrelladas…»: presencias con memoria
que alimentan el sol de lo inefable.
Poesía altamente meditativa e iluminativa,
de búsqueda constante, que en su fuga rebasa su propia condición alumbradora,
llega más lejos, más arriba en alcance de sus propias órbitas: «del afán
genitivo de la luz/ y de la sed…». Los momentos oscuros del vivir, los alumbra
el poeta, a través de lecciones magistrales,
con la luz de lo escrito, con la música sola y el sol de la palabra,
la mirada poética tan resplandeciente y
evocativa «de luz en donde alzarme/ porque termine en llamas la partida».
Tan fervorosamente como Francisco Brines
volviese a la casa familiar de Elca, aupado sin estribos por una melancolía
emotiva y ascensional, vuelve nuestro poeta a la suya, a su piedrabuenero
«patio de agosto» de paredes altas, aromadas de rosas y cantos de jilguero,
donde «imposible no estar,/ no ser en alguien, no escribir…». Regresa con
frecuencia a aquel patio testigo de la metamorfosis poética, de la génesis
manuscrita de una poeticidad deslumbrante, allí donde brotaron a la sombra de
un ciprés «los primeros poemas», vuelve a aquel espacio feliz de su alma, que
es hoy aún no sólo memoria evocativa, sino luz mirada que juega «entre las
aspidistras». Ya pocas dudas caben, por no decir ninguna, de que Francisco Caro
espera en ese estadio de sus amores el destino vital de la palabra, como si en
él cupiese, residiese el misterio, el sostén renovado de la perdurabilidad:
Espero,
y esperar es saberme
entre lo no acabado. (pág. 46)
Comparecen aquí hondísimos registros
sentimentales, fragmentos autobiográficos de muy largos efectos que simbolizan
plenitudes pujantes de la infancia,
de la casa que fuera: «Un terreno infinito era entonces. Y pozo sin macetas.
Los padres atendían a tejar el futuro, levantaban».
Tránsito y amenaza, el tiempo enuncia
siempre caída y rendición, una lanza tenaz que atraviesa la vida, cualquier
vida, la del poeta ahora, que forja su andadura mirando hacia el invierno,
ahora que: «Hay poca luz/ y arde con frío/ el carbón de la escarcha…». Una
forma poética directa, nos señala en este libro esencialísimo, de plenísima
madurez, un camino a seguir, una mirada a tantas experiencias no cumplidas aún,
no reveladas de «un paisaje dispuesto de herramientas/ con que escribir aquello
que creímos saber, que nos sostiene…».
Francisco Caro porta al hombro un ceñacho
cargado de herramientas: palabras bien sobradas de corazón, palabras muy
hermosas que huelen a verdad, a honestidad suprema, con que dejar momentos muy
puramente líricos en su esforzada acción poética, con que «dejar lo escrito»
bien atado, conmover con poderes de poeta iluminado, que sabe lo que sabe de su
oficio, lo que renta este viaje a la escritura de la vida, tal vez a la
esperanza de un hombre y su otra parte iluminados del vivir y sus pérdidas,
pero también con la polilla alimentada de sus propias sospechas:
Tuve, tengo
igual que tú el mismo miedo,
jamás debimos
decirnos la verdad,
esa cóncava forma de suicido. (pág. 72)
Francisco Caro
es, hoy por hoy a todas luces, dueño de una voz poética singular, como ya se ha
reseñado más arriba, abundantemente reconocida. Y este libro, El oficio del hombre que respira,
agranda su figura de hombre y de poeta, nos deja disfrutar un claro ejemplo de
la mejor poesía que se hace en este tiempo.
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