Textos sobre "El oficio del hombre que respira"

Premio Antonio González de Lama  2017

Editorial Eolas / Colección Eria   2017

Editoril Eolas . León. T: 987 24 15 11


 






JESÚS DEL REAL BLOG personal  9/01/2018

       Nos presenta Francisco Caro su último libro editado, consecuencia del premio “Antonio González de Lama” que obtuvo a finales del 2017, El oficio del hombre que respira (Eolas ediciones), título que toma de un verso de Luis Feria citado al inicio y que nos remite, no obstante, al oficio que ejerció Cesare Pavese, para que nosotros pudiéramos hacer algo más que vivir. Así en este libro, Francisco Caro nos ofrece una poética consecuencia del acontecimiento en el transcurso vital y maravilla la realidad puesta de manifiesto cuando descubrimos que algo cotidiano, por sus palabras, se revela novedad.

Con la filosofía que nos da las propias actitudes, Francisco Caro, tras una docena de libros que serán, tiene mirada amplia y la generosidad de quien ya no odia; acogiéndonos a las palabras de Carlos Sahagún diríamos “un hombre bueno y alto”, donde su experiencia de crear, va unida a la experiencia de ser, “el ser es escritura” dice su colega Juarroz, “Va la tarde al secreto / y yo mientras escribo…”, nos dice Caro.

     Albas, árboles o patio ofrecen su gran potencia de imágenes, engastadas en una estructura de cuidada elaboración, un diario camino por los meses (más señalado de agosto a diciembre) donde el poeta selecciona cuidadosamente los recursos expresivos del lenguaje poético, enfrenta significados inauditos (“creí ser solo un verso / tendido sobre el martes…”), sustantiva verbos, adverbios o adjetivos (“los dos geranios ángeles…”), mostrando una espléndida sencillez léxica de afinada composición.  En cada poema de Francisco Caro parece latir un núcleo semejante, un pensamiento que murmura (“runrunea” diría él) a través de un ritmo abierto que va aquilatando sin fórmulas predeterminadas, generándole una inquietud incómoda que ordena el azar y no se acaba hasta dar con la cadencia justa.

La poesía sería un medio de conocimiento ideal para interpretar la realidad, ofreciéndonos su esencia. Como José Agustín Goytisolo, Francisco Caro encuentra el poema al bajar a la calle, al salir al campo, detiene su mirada en algún aspecto de ésta, atraído por una sensación de presencia de la que sería fácil dar noticia simple, pero la recrea y carga de sentido, controlando su patente del yo, un sujeto que trasmuta presentando un terreno de entendimiento entre poeta y lector, proponiendo una analogía sentimental de la que hablaba Julio Cortázar, que la poesía del poema (no solo el poema) puede evocar y reconstruir.

     Su disposición anímica diaria, volcada con los comportamientos de quienes le rodean, le convierte en un hombre poético con privilegios en este locus poetarum. Hay momentos interiores, sin grandes escenas de desintegración moral, sí de una cierta angustia, de confinamiento y pregunta, pero no de huida trágica. Ofrece raudales de luz, cuya raíz podemos ver en el verso de Salvatore Quasimodo (“…mientras la luz, como una libélula / temblaba en las tibias lámparas.) que da título a un poemario suyo y a su celebérrimo blog.

     Podríamos seguir en ecos de poesías y autores precedentes, pero llegaríamos a un nudo argumental que se desplaza de poeta a poeta; las palabras ajenas nos impresionan, resuenan dentro de nosotros y nos permiten encontrar nuevos motivos. Sí he de manifestarme en contra de un lugar común que él mismo dice en sus presentaciones: que ha llegado tarde a esto de la poesía. Con ello se refiere, claro está, que empezó a escribir… da igual cuándo, la cuestión es acceder, llegar, estar... Sería una proclama egotista decir que se ha llegado a la poesía, cuando sería la Poesía la que, en caso raro, nos acogiera. En esto de la poética hay quien está trabajando toda una vida de poeta haciendo versos y no logra acceder a la Poesía. No en el caso de 
Francisco Caro; no es que llegara tarde, él ya estaba y no sabía, al escribir, nos dimos cuenta… y lo celebramos. 

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JOSÉ ENRIQUE MARTÍNEZ    Diario de León  14/01/2018
El temblor que ahora soy
El oficio del hombre que respira, Francisco Caro. Eolas, León, 2017 76 pp.

        Con este libro consiguió el premio González de Lama 2017 el poeta manchego Francisco Caro. El título procede de una cita de otro poeta, Luis Feria: «A la caída de la tarde / amar la vida largamente es todo / el oficio del hombre que respira». El diálogo con otros poetas es una constante del poemario: con Borges, siempre a la espera de sus palabras; con otro argentino, Juarroz, poeta de rigor extremado, que hizo de la poesía una forma de pensamiento; con Aníbal Núñez, fallecido joven, pero más crecido cada vez como poeta; con Antonio Colinas, a raíz de la lectura de La tumba negra... El poeta Francisco Caro propone la vida como un viaje, bien es verdad que anclado en lugares concretos, como Trieste, Reggio Calabria o Copenhague. «Vivir es esto, / un viaje sin excusa», un viaje del que queda «el polvo de la marcha», recuerdos, evocaciones...; un viaje sin meta precisa a lo que parece: «Sigo en la mar todavía», porque tal vez no haya puerto de acogida. El viaje es también hacia el amor. Aquí el diálogo es con el ser amado: «Nunca existe lo oscuro / cuando existe / otro cuerpo ofreciéndose, me dijiste». Es el amor un sentimiento profundo que marca no solo el vivir, sino también el propio oficio de escribir: «Tu cuerpo fue leguaje, / en el leguaje hallé / mi única vigilia». 

        Como se puede observar, el amor se conjuga en pasado y «no hay retorno posible», salvo en las palabras. No es preciso decir que es un motivo que incluye otros habituales y que el poeta resume como «el amor y sus restos», lo que ha dejado, lo que queda, ahora evocado en la palabra. Al fin, la lucha del poeta se ejerce entre «lo fugaz y lo inmóvil», como se titula una sección. El pasado, sea el del amor o no, implica la actividad de la memoria. Entre lo que uno fue y «el temblor que ahora soy» se interpone el recuerdo elaborado en los poemas. Esta elaboración es la escritura, objeto de continua indagación. Ya el poema inicial ofrece la imagen de la oruga que horada tenazmente la corteza del árbol, correlato de la labor del poeta que, calladamente, explora olvidos y presentes.

En este sentido, uno de los poemas más sugestivos es el titulado Desde el ciprés, que poetiza una sencilla impresión: el poeta escribe al caer de la tarde, al tiempo que los gorriones pían en el árbol. Quiere el poeta dar forma a lo que ve y siente, dejar caer sus palabras para «que sepan del milagro, / que en el papel escuchen/ un revuelo y un canto / como el que escucho yo».

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JOSÉ LUIS MORANTE    Blog  27/01/2018

CALLADO OFICIO


   Poeta de vocación intensa y publicación tardía, Francisco Caro (Piedrabuena, 1947) ha impulsado en la última década un recorrido literario de más de diez títulos, de los cuales Locus poetarum El oficio del hombre que respira son sus últimas estaciones.

   Estamos ante una voz intimista que conserva en su formulación un acento confesional y un estar subjetivo frente a las pequeñas cosas de lo diario; la escritura se convierte en autobiografía ética y fe de vida, como si el latido fugaz necesitase el refugio callado del poema. Son las primeras sensaciones que habitan en los poemas ganadores del Premio Antonio González de Lama, una convocatoria de amplia tradición castellano-leonesa.

   Francisco Caro recobra en las citas iniciales algunas balizas que no son habituales en la amplia geografía lírica actual; Luis Feria y César Simón, que aportan citas junto al verso aforístico de Vicente Martín, parecen perdurar en un discreto espacio de la biblioteca, lejos de la algarada celebratoria de la Generación del 50, que hoy constituye el obligado referente especular para los más jóvenes.

  La apertura integra en el verso el marco de la naturaleza. Lejos del hombre disgregado de la sensibilidad urbana, Francisco Caro siente el contexto del poema como un reflejo de la encendida existencia rural, un espacio revitalizado por elementos aleatorios y expuestos a la mirada. Así nace un verso reflexivo, cuajado de cicatrices temporales en el callado oficio de vivir. Son paisajes pasajeros que habitan en las composiciones para subrayar que el largo transito despliega a la vez intemperie y refugio; el sujeto está vinculado a lo transitorio, es un rumor de pasos que se pierde en bifurcaciones y hace de su senda un reto cognitivo. Y en ese itinerario, el poeta guarda sitio para presencias tutelares que ayudan a dar solidez al trazo personal; los nombres de Borges, Juarroz, Antonio Colinas o Aníbal Núñez constituyen sustratos lectores que hacen de la escritura no una mera crónica de una realidad evidente y transitoria sino una mirada al secreto que guarda lo inefable. Así se va gestando la respuesta del afán que mueve la propia voz, la persistencia de un callado oficio hecho de tedio, tiempo e incertidumbre: “Entonces escribir, / tan solo entonces / desbrozar la espesura, lo amagado, / conocer el adentro; / saber si vivo”.

 Desde una contemplación implicada, el poema recrea el desconcertante diálogo entre lo fugaz y lo inmóvil. En su decurso  se define la voluntad del sujeto por descubrir en el paisaje la íntima belleza de lo diario, pero también la inadvertida erosión que conlleva un estar pasajero, que va dejando en su discurrir un rastro de señales ambiguas, propicio a la interrogación: “Miro el fuego, confundo / el acto de quemar y el hecho de vivir, / el ruido de la lumbre y la memoria “.  




JESÚS APARICIO    
Página De Facebook     27/01/2018

EL OFICIO DEL HOMBRE QUE RESPIRA de Francisco Caro
Premio Antonio González de Lama 2017
Ediciones Eolas 2017, 72 páginas

     “A veces me confieso:/ el mundo es de los otros,/ yo espero lo inasible,/ los aires del consuelo,/ la secreta/ belleza que contiene lo inexacto.” Hago míos estos versos del amigo, del poeta, del maestro, Francisco Caro (Piedrabuena 1947). Es en esa espera, son esos aires en donde la poesía nos encuentra para regalarnos el consuelo y la belleza que nos hacen vivir; y luego el lenguaje, las palabras, nos ayudan a dar noticia y sentido de nuestra humilde existencia, tal como asegura el poeta: “…en el lenguaje hallé/ mi única vigilia, / mi última conciencia.

     Francisco Caro es un escritor de una trayectoria, tardía en su inicio, pero justamente reconocida por numerosos premios en el panorama de la poesía española actual. Desde la publicación de Salvo de ti en el 2006 hasta este que hoy comentamos son ya once títulos, en los que no me voy a detener pues ya se han señalado en ocasiones anteriores, los que nos ha dejado.

     “Lenta y oscuramente...  excavo olvidos y presentes,/ el sur de lo que fuimos.” nos dice en el poema prólogo del libro, para darnos cuenta de ese camino que ha venido recorriendo y que busca, reflexivamente, reconocer en los versos que con sencilla maestría va escribiendo en estos años con el “…callado oficio/ del hombre que respira.
“De cada recorrido guardo/ el polvo de la marcha,..” reconoce en este “viaje sin excusas” que es la vida en el que “…es preciso sangrar,/ vivir no es sólo/ contemplar como el tiempo palidece.” Porque Francisco Caro escribe para vivir pero después de haber vivido; no puede, nadie puede, ser meramente un espectador en su caminar, sino que ha de comprometerse con la propia vida, con la naturaleza, con el hombre que es y con sus semejantes que precisan, como él en muchas ocasiones, ayuda y consuelo. Por eso denuncia que “…escribir que se vive es un delito/ si se escribe acodado/ sobre la borda y siendo/ solamente quietud ante el mismo horizonte.”

Descubrir qué hay de verdad y mentira en nuestro mundo, abandonar miedos e indecisiones, poner a trabajar nuestros dones, luchar por esos deseos que nos dan la vida, “Entonces escribir,/ tan sólo entonces/ desbrozar la espesura, lo amagado,/ conocer el adentro:/ saber si vivo.”

      Un patio interior y un mes de agosto bastan para que Paco se solace en la Poesía y asegure que “…no dejaré/ que me cerque la costra del futuro”, se propone vivir escribiendo, y se dispone a esperar el alivio de la palabra que cura. “Espero,/ y esperar es saberme/ entre lo no acabado.” “…hasta lograr que para/ mi cuerpo sea/ merecido el amor.”

      De Septiembre a Diciembre el tiempo pasa fugaz y a la vez inmóvil, con voluntad siempre de goce y de luz para escribir el instante, que es poco y todo, en su grandeza, lo que tenemos. Es el momento en que “…habla conmigo el ángel/ muy despaciosamente, el ángel turbio/ de la melancolía.” “Por el sur de diciembre” acaba el poeta mirando con detenimiento y serenidad el fuego, donde confunde “el acto de quemar y el hecho de vivir, el ruido de la lumbre y la memoria.” Memoria que da cuenta y razón de aquello que escribiera, memoria de la llama que alimentó el amor.
Vivimos, entre otras cosas, para leer y merecer la poesía de Francisco Caro. En cada relectura de este poemario se queda con nosotros y nos hace un poquito más sabios, más felices. Y con él soñamos también nosotros ser poetas.
Os dejo con dos hermosos poemas del libro:

Por qué asustarse tanto

El poema que escribes
te separa del mundo
-me dijo Diego
Jesús- ,borra tus huellas,
es canción para nunca.
Así suenan,
Así
son mis palabras,
igual que mordeduras
de insectos en el mármol.

29 de Agosto

El cactus que tan breve
estuvo florecido,
los dos geranios ángeles
que saben mi extrañeza
y las salvias humildes,
las que lloran,
vienen a mí, me hablan.
Quédate con nosotros,
dicen, 
tal vez aquí consigas
olvidar el futuro, lo tramado,
dejar de ser quien huye,
ser tú sin ti.

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SANTOS DOMÍNGUEZ RAMOS    Página De Facebook     28/01/2018

Desde el ciprés

El sol cede y escribo.
Desde la mesa he visto
en tropel, diminutos,
acudir los gorriones
al árbol donde guardan,
cómplices del instante,
de la luz como rito,
el cansancio del día
no impide su canción.

Va la tarde al secreto
y yo mientras escribo.

Con el lápiz pretendo
dibujar en la hoja
donde crece el poema
el amparo, la forma,
la sombra del ciprés.

No deseo añadir
oscuro a las palabras
que acudieron, pequeñas,
para salvarme sino
que sepan del milagro,
que en el papel escuchen
un revuelo y un canto
como el que escucho yo.

      Este espléndido poema de Francisco Caro forma parte de El oficio del hombre que respira, Premio González de Lama 2017, que publica Eolas Ediciones.

        Poesía de la meditación y de la mirada en la que conviven la elegía y la celebración, la memoria y la naturaleza, el paisaje exterior y las galerías del alma, el amor y el paso del tiempo encauzados en la palabra cercana y medida del poeta, en versos en los que vibra siempre el temblor de una emoción verdadera. 

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JUAN ROJO ALMAGRO  Blog  /  domingo, 4 / febrero / 2018

Un poema de 'El oficio del hombre que respira'

 

Antes de quitarse el abrigo don Juan deja un libro en la mesa. El gesto significa dos cosas: que hablaremos de él, que deberíamos leerlo. Mientras sirven los cafés y las copas, le echo un vistazo: el último libro de Francisco Caro; premio Antonio González de Lama 2017, dice la faja; en la cubierta, la foto anochecida o crepuscular de un patio umbrío, patio en agosto, o sea, hortus conclusus, acaso también locus amœnus del poeta. A Francisco Caro lo conocemos. A González de Lama no tanto. Don Juan explica:
—Fue un cura leonés; fundó —con Eugenio de Nora, Victoriano Crémer y algunos más— la revista Espadaña, que durante unos cuantos años de la posguerra se erigió en altavoz de cierta poesía social, desarraigada, disidente y opuesta a los melifluos trinos del garcilasismo oficial. El premio lo concede el ayuntamiento de León.
—¿Qué nos dice del libro?
—Los escritores que nos gustan son amigos a los que vemos de tarde en tarde, con ocasión de cada nuevo libro. Del encuentro esperamos, por un lado, confirmar las cualidades en que se cimienta nuestra predilección hacia ellos; por otro, verlas actualizadas y mejoradas en las novedades que nos traigan. En este libro hallamos la poesía del Francisco Caro que conocíamos —asuntos, tono, estilo, y aun estilemas—, plenamente maduro y firme en el manejo de un lenguaje característico e inconfundible, pero la hallamos materializada en poco más de treinta poemas exquisitos que no conocíamos: un placer.
—¿De qué trata?
—De asuntos esenciales para un poeta: la vida y la escritura. La vida como viaje perecedero e irreversible del que no se sale indemne; velocísima unas veces, remansada otras; feliz y dolorosa; refugio e intemperie; ocasión del amor y siempre amada. La escritura como elemento esencial de la vida, vida ella misma; es decir, mucho más que fe de vida. El libro es así elegíaco y celebratorio a la vez, epicúreo y senequista: me ha recordado a ratos a César Simón, aunque menos áspero, sobre todo en el tratamiento del paisaje.
—No está mal.
—Está muy bien. Pero no quería yo hablarles del libro, que eso ya lo han hecho personas más capacitadas sino de un solo poema del libro: Barroco de lo escrito se titula.
—¿Tiene algo de particular?
—Enseña muy bien la maestría del autor: nos da dos poemas en uno.
—¿Cómo es eso?
—Se trata de un soneto excelente —perfecto, de no ser por un mínimo caliche en la rima de los tercetos— que aparece vestido, ¡no disfrazado!, de poema en verso libre. Aunque ambos poemas sean literalmente idénticos y su significado inmediato coincida, son dos poemas distintos que suscitan emociones distintas: el que encuentran los ojos del lector en las páginas 28 y 29 de libro; y el que va naciendo en su memoria —todo poema encuentra sentido y valor gracias al recuerdo de otros, al diálogo con otros en la memoria del lector— a medida que las palabras del poema se encajan en la estructura mental llamada soneto que cualquier amante de la poesía tiene largamente interiorizada.
—Qué complicación.
—Nadie sabe muy bien qué es la poesía, pero todo el mundo sabe que la poesía brota exclusivamente del poema; también se sabe que el poema es un artefacto literario nacido del talento, el arte y la técnica del poeta: por eso podemos distinguir sin demasiada dificultad entre poemas buenos y malos. Aquí hay complicación, por supuesto; o sea, artificio a favor de la poesía: la operación mental por la cual el poema leído en verso libre se trasiega al exquisito e inmisericorde recipiente del soneto multiplica en el lector el gozo de la poesía.
—¿Cómo lo hace?
—El soneto es lecho de Procusto, molde rígido; el poema en verso libre concede libertades. Partiendo del soneto —y contando con que el lector lo rehaga mientras lee—, el verso libre permite jugar con esticomitias y encabalgamientos, aislar o enlazar conceptos, resaltar o velar, pero no al tuntún: por eso el poema que leemos conserva cuatro estrofas, apenas se permite versos con un número par de sílabas, maneja sabiamente los signos de puntuación…
Don Juan, ante las caras de algunos, abrevia:
—¿Han leído ustedes Molino en Checa? Pues, para entendernos, el agua es la poesía: puede igualmente habitar libre en el riachuelo o domesticada en el caz.
—¿El artificio este es un invento de Caro?
—El molino hidráulico y el soneto son inventos antiguos —dice don Juan irónico—. El procedimiento se había usado antes, sí: el propio Caro, aunque con décimas, en Locus poetarum, por ejemplo. Pero yo no había visto nunca tanta destreza ni tanta precisión. Caro es un poeta bien grande.
Si don Juan lo dice, no hay que dudarlo.

(Francisco Caro. El oficio del hombre que respira. Eolas Ediciones. León. 2017. Diez euros)
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MANUEL LÓPEZ AZORÍN  en su blog    06/02/2018


Francisco Caro: El oficio del hombre que respira

Francisco Caro (Piedrabuena, Ciudad Real, 1947.) El oficio del hombre que respira,  Premio Antonio González de Lama, publicado por Eola Ediciones. León, 2017, es el último libro  de este profesor de Historia  que nos viene ofreciendo una poesía sugerente, intimista y meditativa, una poesía de memoria y de naturaleza, de paisaje interior y exterior, una poesía  de amor y de tiempo,(un tiempo  que pasa fugaz y a la vez inmóvil), una poesía  con palabras cercanas, cotidianas, palabras de diario, sin algaradas, palabras en las que por su sencillez, su pequeñez, contienen las más  vibrantes emociones, una poesía que alumbra la luz del tiempo, la luz de la poesía de verdad. El título procede de una cita del poeta Luis Feria: A la caída de la tarde / amar la vida largamente es todo / el oficio del hombre que respira. Y ya en esta cita podemos ver  que lo cotidiano de la vida y su lenguaje,  sus palabras, son el verdadero oficio de amar, de recordar, de escribir (y hacerlo  en verso blanco con medida y con ritmo, destilando emoción, disfrazando alguna estrofa clásica…), y de vivir. 

Y este libro va de todo eso: del amor y sus antónimos, de los días sucedidos y  de los recuerdos, del valor  del lenguaje, de la importancia de la raíz y de los oficios del diario vivir. Ese vivir de las pequeñas cosas en la que la escritura  se vuelve vida trastocada, memoria viva,  que envuelta en la palabra  que conforma el poema se convierte  en el abrazo callado del oficio de escribir, del oficio de vivir. La naturaleza se integra en el verso, en el poema que nos habla de lo rural y no de lo urbano. Francisco Caro siente el poema como un reflejo de la encendida existencia rural, en la que la luz y la sombra envuelven el tiempo y la vida que es a la vez  que amor, desamparo, a la vez que refugio y casa y patio, campo abierto, sin horizonte.

Y en ese transcurrir de la vida y la memoria, entre aquellas palabras del agua ya bebida, leída, sentida, surgen las fuentes que calmaron la sed en otros tiempos y si el título es un préstamo del poeta Luis Feria, los referentes, poetas  como los argentinos Borges y Juarroz, el leonés  Antonio Colinas o el salmantino Aníbal Núñez, son ahora, en este libro, parte de las aguas que el poeta bebiera buscando en sus lecturas encontrar lo invisible en lo visible. Buscando en su escritura, en ese oficio de escribir la vida con sus luces de amor y sus sombras de desconcierto Entonces escribir, / tan solo entonces / desbrozar la espesura, lo amagado, / conocer el adentro; / saber si vivo. Y dialogar  con la fugacidad del tiempo y contemplar la hermosa belleza de lo cotidiano y abrazarse a la memoria y al paisaje y al amor y comprobar la erosión de los recuerdos  y preguntarse  “Miro el fuego, confundo / el acto de quemar y el hecho de vivir, / el ruido de la lumbre y la memoria “.  

Y el poeta nos muestra la vida como un viaje de precisos lugares, Copenhague, Reggio Calabria, Trieste, para decirnos: Vivir es esto, / un viaje sin excusa,/ un reto de distancias, nunca quise/ ser transeúnte roto en sus caminos. Un viaje donde dialoga con el amor, con lo pasado, lo sucedido, donde la memoria nos acerca la vida ya vivida. Y en este viaje de lo vivido queda en la materia de los sueños la evocación de un tiempo que al escribirlo se torna elegía y celebración.

Lenta / y oscuramente trama, dice ///esa oruga que orada / la voluntad del olmo que la aloja / y con sosiego roe / la desnudez del árbol (…) Como callado oficio / del hombre que por mi respira / así me escribo. Y en este oficio de escribir que nos ofrece Francisco Caro, excava olvidos y presentes mientras agosto se derrama y él contempla, al caer la tarde, quizá en su patio interior de Piedrabuena, el piar de los gorriones en un ciprés. Es entonces  que a través de esta imagen nos deja escritas sus palabras en el papel, con este hermosísimo poema que incluyo abajo, para  que sepamos el milagro de su existir, para que escuchemos  su revuelo y su canto  tal y como lo ha percibido el poeta. Para darnos a la reflexión, a la meditación mientras. Va la tarde al secreto y él (vive) escribe.

Desde el ciprés

El sol cede y escribo.
Desde la mesa he visto
en tropel, diminutos,
acudir los gorriones
al árbol donde guardan,
cómplices del instante,
de la luz como rito,
el cansancio del día
no impide su canción.

Va la tarde al secreto
y yo mientras escribo.

Con el lápiz pretendo
dibujar en la hoja
donde crece el poema
el amparo, la forma,
la sombra del ciprés.

No deseo añadir
oscuro a las palabras
que acudieron, pequeñas,
para salvarme sino
que sepan del milagro,
que en el papel escuchen
un revuelo y un canto
como el que escucho yo.

Y es en esa reflexión, donde la poesía se nos acerca para ofrecernos su luz y su consuelo con un lenguaje sin oscuridad que da sentido al hecho de vivir, y de escribir. Un patio interior y un mes de agosto en su pueblo natal le sirven al poeta para decirnos que no va a dejar que le cerque la costra del futuro,  él quiere seguir vivo y vivir escribiendo hasta lograr que para/ mi cuerpo sea/ merecido el amor. Escribir, y vivir,  porque escribir es saberse. y esperar es saberme/ entre lo no acabado.

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MARIANTONIA RICAS Sábado, 10 de marzo de 2018
ABC Artes&Letras Castilla-La Mancha

El oficio de Francisco Caro

      Después de leer el libro de poemas «El oficio del hombre que respira» comprendes que dicho texto haya sido ganador del premio «Antonio González de Lama». De Francisco Caro (Piedrabuena, 1947), su autor, habías leído «Plural de sed» y «Locus poetarum» pero, en este galardonado, el poeta consigue la excelencia de la pulidez, el dejar el verso como un guante ajustado perfectamente al concepto. Pocas veces te has encontrado con un libro donde se cuiden tanto los poemas, donde la transgresión en la sintaxis, por ejemplo, esté tan meditada, o tan escogida la metáfora.

     «El oficio del hombre que respira» presenta poemas agrupados en tres partes que muestran la madurez de quien, al fin, ha perdonado al mundo y a sí mismo; poemas que refieren al hombre que respira entre la melancolía de la renuncia y cierto hedonismo íntimo y natural; pasajes que hablan de la punzada de vivir aunque, también, del delicioso pellizco del amor cuando es correspondido, o de la flecha a ninguna parte que representa la negación de ese amor. En realidad, el libro tampoco se diferencia tanto de los otros leídos de Caro. Te refieres a la temática, que se resume en la entrega y la pérdida, y, sobre todo, en el placer de disfrutar con las cosas sencillas.
¿Y los títulos? Son magníficos, originales, tan cuidados que seducen para no resistirse a la lectura de los textos que despliegan. Los compararías con perfiles plásticos que preceden al cuerpo del poema; más que ilustraciones escritas, imágenes completas o aforismos convertidos en títulos.
Francisco Caro alcanza tanto la exquisitez como la profundidad. Cómo te ha gustado descubrir el tiempo que el artista ha necesitado en la paciente minuciosidad para elegir una palabra y no otra, un silencio en vez de una repetición. Así, podrías elegir cualquier fragmento… pues bien, quédate con estos versos: Miro la tarde, / alta y sol, y los veo/ pasar indiferentes, / en voz baja pronuncio: / Ni siquiera los pájaros/ sospechan el secreto.

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CARLOS  ALCORTA en su blog 26/03/2018

FRANCISCO CARO. EL OFICIO DEL HOMBRE QUE RESPIRA. PREMIO ANTONIO GONZÁLEZ DE LAMA, 2017. EOLAS EDICIONES.
Aunque comenzó a publicar a una edad tardía —no así a escribir— Francisco Caro (Piedrabuena, 1947) ha publicado en poco tiempo, desde el año en el que apareció su primer libro, Salvo de ti (2006) un buen número de poemarios, no menos de diez, lo que, haciendo cuentas, supone aproximadamente un libro por año. No es mala cosecha, sobre todo si añadimos a esto que un porcentaje elevado de dichos libros han obtenido importantes galardones, como el Leonor, el José Hierro o el Juan Alcaide, además del González de Lama con este Oficio del hombre que respira (título extraído de un verso del poeta canario Luis Feria). Podemos preguntarnos, ¿a qué debe esta prodigalidad? Se me antoja que la respuesta no es complicada. La voz de Caro, dormida, aletargada, renuente durante muchos años, ha encontrado un cauce de expresión acorde con sus intenciones, por lo que ahora fluye sin trabas y no debe resultarle especialmente arduo ordenar sus pensamientos, sus experiencias y conferir a ambos una forma poética, una forma en la que, por otra parte, está indagando permanentemente a través de la propia escritura, acaso porque, como escribe en el poema titulado «Han de cambiar las cosas», «en el lenguaje hallé / mi única vigilia, / mi última conciencia». El lenguaje parece ser, efectivamente, la herramienta a través de la cual el poeta construye su identidad, se comprende a sí mismo y la realidad en la que habita: el lenguaje se enfrenta al paso del tiempo porque restituye fragmentos del pasado, reinventa ciudades y cuerpos, reasigna emociones vitales en el escalafón de la memoria, pero Francisco Caro no peca de inocencia, es consciente de la trampa que ocultan las palabras («Sospecho que vivir / tal vez no esté vedado, pero tengo conmigo / que escribir que se vive es un delito / si se escribe acodado / sobre la borda y siendo / solamente quietud ante el mismo horizonte»), por esa razón, a la hora de elegir entre poesía y vida (una dicotomía ciertamente perversa) siempre se inclina por la vida. Pero como cómo dejar constancia del gozo, de la pasión, del enamoramiento, de la vida sino en ella, con ella, gracias a ella. El oficio del hombre que respira está dividido en tres secciones y es en la primera de ellas, «Del sur en la escritura» en la que el afán metapoético es más evidente, pero en la segunda, «Patio en agosto», Francisco Caro rememora el comienzo del oficio, el momento en el que los primeros poemas comenzaron a tomar forma. El patio se convierte en símbolo del universo. En él ocurre todo, amistades, juegos, pugnas, temores, hasta la proximidad de los sueños se vuelve más física.
     «Lo fugaz y lo inmóvil» se titula la tercera sección. Dos palabras contrapuestas que describen la poética de Caro. Lo fugaz: el tiempo, la vida y lo inmóvil: la escritura como intento —claramente insuficiente— de retener la experiencia, una escritura fluida, con un ritmo envolvente, con un lenguaje cotidiano que facilita la comprensión de la trama, sin aparatosas metáforas, un lenguaje conscientemente objetivo que Francisco Caro justifica con estos versos: «No deseo añadir / oscuro a las palabras / que acudieron, pequeñas, / para salvarme sino / que sepan del milagro, / que en el papel escuchen / un revuelo y un canto / como el que escucho yo».

RAFAEL ESCOBAR en Faceboock 02/04/2018
Desde el primer verso, tengo la sensación de que en este nuevo libro de Francisco Caro vida y escritura aparecen hermanadas casi como sinónimo de “lentitud”.
Una morosidad que es un posicionamiento ético en los márgenes para estar a salvo de ambiciones y otros ruidos vacíos, para experimentar una aguda sensación de recogimiento íntimo, de delectación pausada de las gratificaciones vitales de la soledad y lo meditativo (así en excelentes poemas como “Donde septiembre acecha” y “Dentro de la palabra otoño”).
Vida lenta en que el placer es más auténtico porque se deletrea paulatinamente y así es más ancha la reverberación que queda cuando ya se ha extinguido, amenazado siempre por la conciencia elegíaca que acecha al poeta. (Hablar de hedonismo es del todo pertinente en la poesía de Francisco Caro, por eso nunca lo consideré un ascético, porque tiene limpieza expresiva y serenidad pero ningún tipo de reserva preventiva hacia el placer, porque su humildad está siempre más cercana a la audacia que al miedo).
Vida lenta que es también “acción”, ganas de experimentar en su plena literalidad lo que luego pueda ser sustancia del poema. Por ello el deseo de desvelar el sentido de la escritura frente a la apariencia o su urgencia como testimonio de lo que desaparece no evitan cierto temor a que el poema no sea más que un sucedáneo, un holograma que malogra lo vivo antes que representarlo, tal y como le avisó un gran maestro (El poema que escribes/te separa del mundo/- me dijo Diego/Jesús- borra tus huellas,/es canción para nunca./Así suenan/ así/son mis palabras,/igual que mordeduras/de insectos en el mármol.
Vida lenta que nunca es vida mínima o inofensiva. Porque la anécdota sobre el tiempo que somos basta para que cada uno de nosotros sea una sucesión de identidades y hasta podamos realizar una modificación significativa sobre la permeabilidad de un mundo dispuesto a ser, siquiera por un instante, semejante a nosotros. Y así lo creo yo también. Porque si no creo en lo que me dicen Francisco Caro y Roberto Juarroz ya no tengo legitimidad para ningún tipo de fe.
LECTURA DE JUARROZ
Miramos otra luz,
cada vez que miramos, dice
cada vez que respondo, dice
que giro la mirada, el esqueleto, dice
que escribo con un lápiz
las sílabas de extraño, dice
Juarroz que yo he cambiado para siempre
y alterado el paisaje que camino,
que ya son otros
mis días sobre el mundo tarareando el miedo
que así mi voz, que mi mirada, dice
transforman cuanto hallamos,
que el horizonte
jamás regresará de sus perfiles rotos.
Me aturde su intuición,
lo que supone
de verdad añadida a cada canto:
yo nunca sospeché
que la voz, al decirse, contuviera
tanta capacidad para el disturbio
de todo cuanto
suponíamos ajeno.
Vigila el mundo y se remueve
mi corazón que ahora conoce
y se descubre cauce
inquieto en la escritura,
y laberinto
y
otro.
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NATIVIDAD CEPEDA  VARIOS MEDIOS  

       Ha llegado el final de septiembre con esa calma suya de calor o tormenta. Ha llegado y ahora hay que despedirlo con el sabor agraz de las uvas tan escasas de grado y el miedo, de que la mucha cosecha no valga lo que para conseguirlo se invirtió en el viñedo. Las últimas bocanadas del verano son como poemas que acarician el alma en esa huida de reposo de la fascinación de la naturaleza y de la pasión por los poetas. Y leo, leo sin medida ni norma porque en la lectura encuentro mi camino y me detengo hoy en ese poema del libro “El oficio de hombre que respira” de Francisco Caro, Premio Antonio González Lama 2017: un libro de poemas que yo leo muy despacio porque mi anhelo es divisar el anhelo del poeta cuando viaja a su emoción y crea ese pensamiento transformado en un poema. Para mí, ignorante en esa sabiduría que refleje la crítica de un libro, es primordial detenerme en sus páginas, cuando el libro es un poemario, porque leerlo de corrido, para mí, es cometer un sacrilegio sobre ese edificio sagrado de papel que es un libro de poemas.

Anoche había luna llena y al andar por las calles comprobé que nadie la miraba. Anoche cuando el silencio se atenuó y por la calle ya no pasaban los tractores con sus cargas de uvas, empecé a leer…

”Dice el reloj las ocho/ con voluntad de goce y una luz/ leve roza mi piel, me invita. /¿ Qué he de pedir al tiempo?/ le pregunto a un paisaje/ de cañas y de bronces ya segados,/ el que mide mis horas./ Por el atardecer camino, paso/ repensando septiembre,/ repensándome, veo/ cómo me observan, silenciosos,/ los mirlos en las tapias/ mudas, de pardo adobe/ nada dice el espliego ni la higuera/ el extenso amarillo/ no pronuncia mi nombre, todo/ en el alrededor me muestra su distancia,/ todo es quieto/ bochorno en ruinas, el severo/ real donde combaten lo fugaz y lo inmóvil./ Tal vez algo/ debería romper el rigor del silencio/ y hablar, y hablarme en este íntimo/ crepúsculo de jaras y de cuarzos/ que me contempla/ y ni siquiera el aire, por temor al futuro,/ responde a mi pregunta/ mas contra todo ganas/ de escribir este instante, y me confieso: no sé si plenitud o si vacío.”

Entre el ropaje de la noche los versos me parecieron intensos. Por encima del ventanal la tierra en su girar me dejaba ver la luna penetrando el negro de la noche con su respirar de aire noctambulo tan suave que no silbaba por las ramas de los árboles continúe leyendo el siguiente poema; “La visita del ángel” “Ahora que es octubre/ y su provocación/ ahora que se amagan y tiñen por costumbre/ de abandono las voces,/ y el calor, ya sin fuerza,/ va llenando de huecos cuanto amamos”… 

Seguí leyendo y entre el murmullo de la noche hice míos los veros del poema. El aire y la escritura los ruidos de la casa que cruje en el silencio traían en su envoltura el estremecido eco de un poeta, allí, encerrado en la libertad de un libro.

Un libro estructurado en tres partes, la primera llamada “Del sur en la escritura” contiene quince poemas. La segunda llamada “Patio en agosto” contiene doce poemas. Y la tercera llamada “Lo fugaz y lo inmóvil” contiene cinco poemas. Antes, al abrir el libro El título, “El oficio del hombre que respira”. El premio conseguido y EOLAS ediciones. Se pasa la página y hay tres citas escogidas por Francisco Caro, con las que el poeta nos indica el caminar por el qué él, ha seguido y, los poetas que le cuestionan y admira. La primera cita es del poeta canario Luis Feria, de donde el libro coge su título. La segunda cita es del poeta valenciano Cesar Simón, y la tercera cita es del poeta abulense Vicente Martín: tres poetas desaparecidos físicamente a los que la muerte no ha apagado sus voces, por eso Francisco Caro traza el sendero de su libro con sus citas. Después el encuentro con el libro, con el poeta, con el hombre, con la persona que escribe su prédica poética con su alfabeto materno. En un primer poema sin título, que nos indica el tránsito por el que discurrirá el lector. Por donde avistará los espacios del alma que gracias a la imprenta nos une a su autor. Y leo; se lee. 

“Lenta/ y oscuramente trama, dice/ esa oruga que horada/ la voluntad del olmo que la aloja/ y con sosiego roe/ la desnudez del árbol/ oculta y libre/ bajo el rugoso/ edificio que ofrece la corteza/ lejos del vocerío, de la luz y los otros…”

Solitaria y eterna es la soledad del Ser Humano, junto al ansia infinita de la imaginación, hacia donde nos lleva ese universo que nos hace soñar y preguntarnos a dónde vamos, también en los poemas. Sí. “El oficio del hombre que respira” es un libro filosófico con la descripción de un poeta; nos adentra en su impulso y en su retina lunar. Esa luz que nos invade, la del firmamento, que ahora apenas si vemos, por la luminosidad de las ciudades, pero que nos invade el alma y, es la que describe página a página en este libro.

No he desgranado los poemas ni los he estudiado a la manera que se escribe sobre un libro, porque me he cansado de que los libros de poemas no se lean. Este pequeño apunte es un intermedio para invitar a hojearlo y a pararse en algunos de sus poemas; sin prisa, para ver y comprender todo lo que se ofrece al lector. Así se cierra el libro y en la contraportada Francisco Caro, escoge seis versos del penúltimo poema de la tercera parte, “Miro el fuego”

“Nunca sé si pretendo/ o no escribirme, / ¿qué tristeza me urge?/ Miro el fuego, confundo/ el acto de quemar y el hecho de vivir, / el ruido de la lumbre y la memoria”

El instante integrador de lo vivido con la mítica imagen del fuego: la luz de la razón que se libera al ir reconstruyendo tantas secuencias de la vida. Respirar y vivir Francisco Caro, es escuchar la voz de tu destino.

Natividad Cepeda

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MANUEL CORTIJO RODRÍGUEZ
EN LA  REVISTA "LA HOJA AZUL EN BLANCO" 2018
       


   Desde Salvo de ti, 2006, su primer libro publicado, hasta El oficio del hombre que respira, 2017, Francisco Caro, Piedrabuena, (Ciudad Real) 1947, ha insistido en su actitud lírica, en un laboreo pertinaz, con resultados luminosos, hasta izar una obra poética de extraordinaria solidez. Entre una entrega y otra, según nuestro recuento, han quedado diez libros merecedores de reconocimientos tales como los premios Juan Alcaide, José Hierro, Ateneo Jovellanos, Leonor y este Antonio González De Lama, que ahora nos ocupa.

En El oficio del hombre que respira, título prestado de un verso del poeta tinerfeño Luis Feria, queda patente el compromiso, la exigentísima actitud poética, la virtualidad de la experiencia y el alto poder de inspiración con que eleva Caro su voz hasta las cimas deslumbrantes de la iluminación y la plenitud emotiva. Y es así, en esta actitud sin deslindes visibles ni rupturas, donde se articulan los treinta y dos poemas, precedidos de un poema prólogo, como arranque proemial, de que consta la entrega, seccionada en tres partes denominadas «Del sur en la escritura», «Patio en agosto» y «Lo fugaz y lo inmóvil».

     No espera mucho el poeta ni hace esperar a nadie. Ya en el poema prólogo antedicho, deja al descubierto el impulso fundador de la experiencia, de la vivencia como inversión del sentimiento y los fervores que acaban, «como oruga del tiempo que aguardase», por ser revelación. Aporta el poeta, ya de inicio, sus razones de ser y estar ante la actitud lírica del propio constructor apasionado: «Como callado oficio/ del hombre que por mí respira/ así me escribo».  

    Poeta de largo recorrido, Francisco Caro campa en este título por las jugosas claridades del día, por las luces vivificadoras del significado de sus poemas para llegar más lejos cada vez que decide distancias («un reto de distancias») para escribir la vida como quien ha conocido ya «el polvo de la marcha,/ el sol con que se guían los audaces»; o bien en vecindad y sin «recelo», se dejó acompañar y fue testigo «de veranos con nieve,/ de crepúsculos pálidos…». Así esperando a Borges, pero también a tantos otros poetas de verdad (Roberto Juarroz, Aníbal Núñez, Antonio Colinas, Ausiàs March) «en las noches de tregua y estrelladas…»: presencias con memoria que alimentan el sol de lo inefable. 

    Poesía altamente meditativa e iluminativa, de búsqueda constante, que en su fuga rebasa su propia condición alumbradora, llega más lejos, más arriba en alcance de sus propias órbitas: «del afán genitivo de la luz/ y de la sed…». Los momentos oscuros del vivir, los alumbra el poeta, a través de lecciones magistrales,  con la luz de lo escrito, con la música sola y el sol de la palabra, la  mirada poética tan resplandeciente y evocativa «de luz en donde alzarme/ porque termine en llamas la partida».

    Tan fervorosamente como Francisco Brines volviese a la casa familiar de Elca, aupado sin estribos por una melancolía emotiva y ascensional, vuelve nuestro poeta a la suya, a su piedrabuenero «patio de agosto» de paredes altas, aromadas de rosas y cantos de jilguero, donde «imposible no estar,/ no ser en alguien, no escribir…». Regresa con frecuencia a aquel patio testigo de la metamorfosis poética, de la génesis manuscrita de una poeticidad deslumbrante, allí donde brotaron a la sombra de un ciprés «los primeros poemas», vuelve a aquel espacio feliz de su alma, que es hoy aún no sólo memoria evocativa, sino luz mirada que juega «entre las aspidistras». Ya pocas dudas caben, por no decir ninguna, de que Francisco Caro espera en ese estadio de sus amores el destino vital de la palabra, como si en él cupiese, residiese el misterio, el sostén renovado de la perdurabilidad:

Espero,
y esperar es saberme
entre lo no acabado. (pág. 46) 

    Comparecen aquí hondísimos registros sentimentales, fragmentos autobiográficos de muy largos efectos que simbolizan plenitudes pujantes de la infancia, de la casa que fuera: «Un terreno infinito era entonces. Y pozo sin macetas. Los padres atendían a tejar el futuro, levantaban».

     Tránsito y amenaza, el tiempo enuncia siempre caída y rendición, una lanza tenaz que atraviesa la vida, cualquier vida, la del poeta ahora, que forja su andadura mirando hacia el invierno, ahora que: «Hay poca luz/ y arde con frío/ el carbón de la escarcha…». Una forma poética directa, nos señala en este libro esencialísimo, de plenísima madurez, un camino a seguir, una mirada a tantas experiencias no cumplidas aún, no reveladas de «un paisaje dispuesto de herramientas/ con que escribir aquello que creímos saber, que nos sostiene…».

     Francisco Caro porta al hombro un ceñacho cargado de herramientas: palabras bien sobradas de corazón, palabras muy hermosas que huelen a verdad, a honestidad suprema, con que dejar momentos muy puramente líricos en su esforzada acción poética, con que «dejar lo escrito» bien atado, conmover con poderes de poeta iluminado, que sabe lo que sabe de su oficio, lo que renta este viaje a la escritura de la vida, tal vez a la esperanza de un hombre y su otra parte iluminados del vivir y sus pérdidas, pero también con la polilla alimentada de sus propias sospechas:

Tuve, tengo
igual que tú el mismo miedo,
jamás debimos
 decirnos la verdad,
 esa cóncava forma de suicido. (pág. 72) 

Francisco Caro es, hoy por hoy a todas luces, dueño de una voz poética singular, como ya se ha reseñado más arriba, abundantemente reconocida. Y este libro, El oficio del hombre que respira, agranda su figura de hombre y de poeta, nos deja disfrutar un claro ejemplo de la mejor poesía que se hace en este tiempo.



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