sábado, 25 de septiembre de 2010

Daganzo en el Ateneo, Carmina en Libertad 8

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Daganzo

Viernes 24, a punto de terminar la jornada, casi las 23 horas, un Pablo Méndez de negro y escueto como es costumbre en sus presentaciones –buena educación – presenta en el Salón del Ateneo al poeta de Arganda Antonio Daganzo. Antonio es amigo de este blog y de quien lo sostiene. Se lo merece. Rodeado de amigos, poetas en tribu, familia, ateneístas, amantes de las letras y prenoctívagos, leyó con la expresividad y la melodía que solamente él es capaz. Leyó de sus libros anteriores, leyó del “doliente”, libro de catarsis, de rendición de cuentas, libro cuyos poemas, izados en su voz, llevaron a la emoción de los aplausos. Leyó poemas hímnicos, nuevos, que muestran a un poeta celebrativo de la música, de la naturaleza y del amor. Leyó esa maravillosa oda chilena, tan recordada en mi estima. Leyó sonetos como se deben leer los sonetos.

Hubo coloquio donde el poeta explicitó sus modos, peripatéticos dijo, de enfrentarse al acto creativo. Tan bien estuvo la cosa que el poeta valdepeñero Juan Pedro Carrasco, embelesado, perdió el último tren hacia Getafe. No sin antes conocer de primera mano la alegría de José Cereijo y su creativa excitación estival tras años de sequía poética. Otro triunfo de la poesía. Carolina bellísima tras el regreso del frío surchileno.
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Carmina

Hace ya tiempo, el día 8 del mes, casi un siglo. Pero no quiero su noticia ausente de estas líneas. Leyó, acarició, amó Carmina Casala en sus poemas a los atentos bebedores de Libertad 8. Con la elegancia alegre, con la alegría lejana con la que se ofrece a ser mirada, leyó. La sala llena. Jaime la presentó con aromas idos de Damasco. Rafa Soler, José Luis Morales, Vicente Martín y Elvira Daudet me rodeaban ignorándome. “la vida es un insomnio, un beso de horizonte estalla contra el pecho” decía Carmina. Leyó de su afamado “Lava de labios”. Recuerdo mi embeleso, el apretado aplauso, sus bises, su recogida serenidad, su fecundo gesto.

Puedes entrar, amor,
ya es hora de hacernos corazón.

Músculo y labio
se curvan más allá de los insomnios,
turgencia, madera fresca
–fuerte, fuerte-
amárrame fuerte el gesto de tu boca.
Amárrame y después
desdobla mis embozos,
salva esta pausa de lágrima y ternura,
levántate en la piel
del sueño y el relámpago,
toma mi pan, recoge mi equipaje
y dejemos que el alba nos devuelva
al origen del mundo.
Ya sin memoria, muertos.

Por dentro de la vida

viernes, 10 de septiembre de 2010

El viento me hizo: noticia última de Miguel Galanes

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Calladamente, con discreción intencionada, con suavidad, apareció a finales de la pasada primavera la última entrega de uno de nuestros poetas actuales más señalados y seguidos. Hablo de Miguel Galanes y de su noveno poemario “El viento me hizo”. La edición ha sido realizada por la editorial madrileña Huerga y Fierro dentro de su escogidísima colección Signos que dirige Ángel Luis Vigaray.

Miguel Galanes cierra con este libro su tercera trilogía: “La vida de nadie”, comenzada con “Añil”, editado por la BAM a finales de los noventa, y continuada con “La vida por dentro” en el pasado 2007. Casi quince años han sido precisos para que el poeta manchego haya completado un proyecto que se ha ido realizando con extraordinario rigor, pasada ya la hora de las urgencias y consciente el autor de la necesidad de lo intocado en la mirada que dirige sobre los espacios que le habitan y/o le circundan.

Siempre se ha movido el poeta en la zozobra, en la inestabilidad de las sensaciones, en la imposible certeza de la observación y por tanto en la fugacidad del conocimiento del individuo frente a las cosas, en la siempre cuestionable objetividad de las cosas, a las que busca e inquiere. Ya en “Añil” inició el regreso al paisaje de su infancia, unos parajes entonces desolados por la falta de agua, un paisaje para él necesario, pero también imposible para el consuelo, para el equilibrio buscado. Con “La vida por dentro” siguió escarbando, y sin abandonar el paisaje campesino y sus gentes, incorporó una mirada interior cada vez más poderosa, mas ascética, capaz de renunciar a tanto cuanto perturbe. Una intención de despojamiento. Un yo poderoso reclamaba su capacidad para enfrentarse al mundo, tanto para la pregunta pura como para la desnudez de la respuesta. Un yo que deseaba instalarse en la indagación de ese territorio de cieno y esplendor que supone el lugar exacto, si es que existe, entre el ser y el estar, objeto de su búsqueda personal y poética. “Este juego va a cuenta de mis días. / Conozco su final, pero hoy fluye / otro río ante mis ojos, que sólo desean / ver en lo que pienso.”

En el recién y sigilosamente aparecido “El viento me hizo” hace explosión la subjetividad de esa mirada interior que se venía anunciando. Es para mí el libro más descaradamente personal e íntimo de su autor. Es el punto de llegada en esa progresión hacia la serena ebullición interna; no como estéril ensimismamiento del poeta, sino haciendo de él como individuo el interlocutor necesario a los interrogantes que desde el mundo, desde las cosas y sus gentes, le convocan. Dividido en cuatro apartados, está precedido de un prólogo en el que Miguel Galanes admite y proclama que han sido las palabras el viento que siempre lo envolvió, y que siempre se dejó arrastrar por ese viento en la búsqueda del lugar, literario o vital, donde existir, que no es sino el territorio donde estancia y conciencia puedan ser éticamente compatibles.

La poderosa presencia del paisaje, cómplice necesario, se hace más evidente en el segundo capítulo, “Elogio de la ruina”. En el tercero, el poeta se inaugura con unos sonetos desacordados -de pleita, me atrevería a decir-, huérfanos de rigidez, arriesgados, atrevidamente personales, cuya sola forma hace más intensa la reflexión poética y moral que envuelve al libro. Reflexión planteada por la primera parte, titulada con acierto “Acordes de jazz para Jim Thompson”, con versos que transitan en desgarro rítmico y vivencial; reflexión que acentúa un desasimiento casi místico, moralmente comprometido con la pureza de la intenciones. Hay en esta parte un discurso persuasivo de saxo y voz, atento a la denuncia y al descreimiento, al desengaño (tan patente en el poema “Nadie”), que pide, y casi siempre obtiene, un contrapunto de tensión y de rabia en versos como instantes, como solos inmediatos de trompeta. Simplemente la vida y sus cuestiones, las hipótesis de su inutilidad, el morado canto del hombre después de traspasar el medio siglo.

El tiempo, los otros, el campo humanizado de la tierra calatrava, la palabra, el conflicto, las preguntas, el cansancio y los propósitos. Tan cercano todo. Y a veces tan lejano. Es en la última parte, la titulada “El viento solo”, donde el poeta hace confesión de su actitud ante la vida, de su activa contemplación. Es aquí donde se atisba la posible fusión del yo con las cosas, de las cosas en el yo, como solución posible y aceptada del diálogo emprendido. Nada y nadie son palabras que imponen su presencia. No es casual para los que conocemos su acercamiento a la poesía oriental que el último de los poemas esté dedicado a Corredor Matheos.

Harían bien los avisados lectores de poesía, numerosos o escasos, en no perder de vista este poemario aparecido de manera tan callada, cuya forma de llegar a las librerías tal vez pudiera ser reflejo de la situación emocional del poeta. “De cara a la pared la sencillez del vivir / mira al infinito, allí donde la ausencia habita / y la protege del mundo el silencio / de todo cuanto ama…”
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miércoles, 8 de septiembre de 2010

El niño y J.C. Mestre en Valdepeñas.

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Así correteaba por el patio empedrado, como si de un niño se tratara, así habló de la próxima edición de sus completas, Corredor Matheos, de 82 años, así abrazó en Valdepeñas a los amigos este barcelonés-manchego al que muchos llaman Pepe. Así lo guardaré conmigo. Domingo 5 de septiembre, cuando el sol se despide de su nunca lograda vertical.

Como si de un niño se tratase, la bondadosa paciencia de Juan Carlos Mestre ilustraba, minuciosa, las cien dedicatorias de los cien ejemplares de la antología que le solicitaron mitómanos agobiantes. Aire de santo laico, lector impecable y acordeonado de sus bienaventurados y su cavalo morto, el grupo A-7 le invitó para celebrar con él, sobre el empotro, el VXI vaso de vino noble. Ignoro si tuvo tiempo para degustarlo. Jesús Barrajón fue el apoyo confeso, material y espiritual, del poeta en su víacrucis gráfico. Lo había presentado momentos antes con precisión desacostumbrada en estas bodegas. Justeza de concepto, de tiempo y de lenguaje. Hízole heredero de Whitman y Ducasse, profeta bueno del irracionalismo y el compromiso, hombre imposible para ocultar la luz.

Julián Creis, vital y cierto, abrió un acto que cerraron las palabras desalentadas de Agustín y las del alcalde, Jesús Martín, a quien la buscada chispa no funcionó en este mediodía caluroso. Minutos antes, el niño Pepe Corredor, anunció la presencia -1400 kilómetros de automóvil- de José Luis García Herrera como ganador del premio Juan Alcaide 2010 con un “Cuaderno de Britania” que encuentra aquí buen acomodo. Bebieron Ágora Lágrima cerca de mí, aunque ocultos por una pléyade de libadoras, mis amigos Pedro A. Gonzalez Moreno, José Luis Morales, Juan Pedro García Carrasco, Cristóbal López de la Manzanara, Delfín Yeste, Vicente Martín, Tano García-Page, Nicolás del Hierro, María José Maeso, Esteban Rodríguez, Javier Torres. Noté ausencias y el vagar de Javier Lostalé. Matías Barchino, bien, bien en todo, sin mostrar agobio, como acostumbra. El inquieto Corredor Matheos, de la mano de quienes le cuidan, abandonó la fiesta, camino de Alcázar, antes que los mayores iniciaran la comida.

Superior: José Luis García Herrera y Pepe Corredor Maheos
Centro: Juan Carlos Mestre en Cavalo morto
Inferior: Jesús Barrajón, Jesús Martín, Juan Carlos Mestre
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miércoles, 1 de septiembre de 2010

Poema: Fugaz la urbe

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En la débil mañana,
justo al momento
de atravesar la calle

he mirado a la gente,
el hambre de los pasos
con que adelantan

el arroyo aliviado,
melancólico y turbio,
de los escaparates

ocupando la acera,
he sentido el rumor
de las cervecerías

la cotidianeidad
indulgente y hermosa
de Madrid violento.

Y sé que todo, todo,
permanece en su sitio.
Yo soy la ausencia.