El temblor que ahora soy
El oficio del hombre que respira, Francisco Caro. Eolas, León, 2017
76 pp.
Con este libro consiguió el
premio González de Lama 2017 el poeta manchego
Francisco Caro. El título
procede de una cita de otro poeta, Luis Feria: «A la caída de la tarde / amar
la vida largamente es todo / el oficio del hombre que respira». El diálogo con
otros poetas es una constante del poemario: con
Borges, siempre a la espera de
sus palabras; con otro argentino,
Juarroz, poeta de rigor extremado, que hizo
de la poesía una forma de pensamiento; con
Aníbal Núñez, fallecido joven, pero
más crecido cada vez como poeta; con
Antonio Colinas, a raíz de la lectura de
La tumba negra... El poeta Francisco Caro propone la vida como un viaje, bien
es verdad que anclado en lugares concretos, como Trieste, Reggio Calabria o
Copenhague. «Vivir es esto, / un viaje sin excusa», un viaje del que queda «el
polvo de la marcha», recuerdos, evocaciones...; un viaje sin meta precisa a lo
que parece: «Sigo en la mar todavía», porque tal vez no haya puerto de acogida.
El viaje es también hacia el amor. Aquí el diálogo es con el ser amado: «Nunca
existe lo oscuro / cuando existe / otro cuerpo ofreciéndose, me dijiste». Es el
amor un sentimiento profundo que marca no solo el vivir, sino también el propio
oficio de escribir: «Tu cuerpo fue lenguaje, / en el lenguaje hallé / mi única
vigilia». Como se puede observar, el amor se conjuga en pasado y «no hay
retorno posible», salvo en las palabras. No es preciso decir que es un motivo
que incluye otros habituales y que el poeta resume como «el amor y sus restos»,
lo que ha dejado, lo que queda, ahora evocado en la palabra. Al fin, la lucha
del poeta se ejerce entre «lo fugaz y lo inmóvil», como se titula una sección.
El pasado, sea el del amor o no, implica la actividad de la memoria. Entre lo
que uno fue y «el temblor que ahora soy» se interpone el recuerdo elaborado en
los poemas. Esta elaboración es la escritura, objeto de continua indagación. Ya
el poema inicial ofrece la imagen de la oruga que horada tenazmente la corteza
del árbol, correlato de la labor del poeta que, calladamente, explora olvidos y
presentes.
En este sentido, uno de los
poemas más sugestivos es el titulado Desde
el ciprés, que poetiza una sencilla impresión: el poeta escribe al caer de
la tarde, al tiempo que los gorriones pían en el árbol. Quiere el poeta dar
forma a lo que ve y siente, dejar caer sus palabras para «que sepan del
milagro, / que en el papel escuchen/ un revuelo y un canto / como el que escucho
yo».
Diario de León 14/01/02018
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